El impacto de los huracanes Eta e Iota

“Me duele ver que muchas casas y escuelas todavía estén enterradas bajo arena o cubiertas de barro en las comunidades afectadas por los huracanes”, Jean Gough

Lucía Escobar
Un niño mira con tristeza una mesa dañada bajo la mirada de su madre.
UNICEF Guatemala/Billy/AFP-Services
01 Marzo 2021

Los huracanes Eta e Iota provocaron inundaciones y destrucción en Guatemala y otros países de Centroamérica, afectando a 3,5 millones de niños. En medio de la pandemia mundial de COVID-19, las comunidades que lo perdieron todo se enfrentan al desafío de reconstruir sus vidas. La Directora Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, Jean Gough, realizó una visita a las zonas más afectadas de Guatemala y Honduras, para supervisar la respuesta humanitaria de UNICEF para mejorar la vida de niños, niñas, adolescentes y sus familias.

 

Vista de un salón de clase después del paso de Huracán Eta.
UNICEF Guatemala/Billy/AFP-Services

Las escuelas, esos espacios llenos de alegría y curiosidad, hoy son desiertos devastados por la catástrofe en Guatemala. Escritorios, libros, cuadernos, computadoras, pizarrones, todo está teñido de tonos ocre, con capas de lodo seco, como un cruel recordatorio de la furia del agua.

Un niño con un hula-hula en la mano, en un albergue.
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Una mujer mira a la cámara, a su lado un niño mira por una ventana.
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En el caserío Jimeritos, muy cerca de la frontera con Honduras, Antony Aguirre, de tres años, juega al hula-hoop como parte de las actividades lúdicas que brinda UNICEF para dar apoyo psicosocial a los más pequeños de esta comunidad afectada por el paso de los huracanes Eta e Iota. Saira Ruano, su madre, recuerda que tras Eta pasaron nueve días viviendo en champas (lonas) de plástico sobre la carretera, y con el segundo huracán fueron diez días.

“Cada vez que hay actividades venimos para acá porque le gustan mucho a mi hijo. Antes, él miraba la tele, pero como se mojó, ahora mejor me lo traigo aquí”, explica Saira Ruano.

Pupitres inservibles, apilados al aire libre.
UNICEF Guatemala/Billy/AFP-Services

Decenas de pupitres embarrados e inservibles fueron apilados al aire libre mientras las aulas lucen vacías y descoloridas. En medio de ese paisaje gris y estéril, Azucena Arévalo, directora y única maestra en los seis grados de la Escuela Oficial Rural Mixta, se pregunta dónde va a sentar a los niños cuando regresen a la escuela.

“Perdimos el mobiliario. No tenemos nada. Lloré el día que vine a ver cuánto esfuerzo se perdió”, admite Azucena Arévalo.

Una maestra frente a una pila de escritorios inservibles.
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Lodo seco, cuarteado.
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No solo las escuelas sufrieron daños irreparables. También resultaron afectados 56 pozos de agua en Jimeritos y otros 65 en el caserío El Edén Nueva Vida, otro poblado del departamento Puerto Barrios.

Un obrero trabaja en un pozo de agua.
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UNICEF y sus socios, con apoyo de autoridades locales como el Alcalde y los Consejos de Desarrollo, han comenzado un proceso de saneamiento que consiste en evaluar, lavar y desinfectar los pozos para que las familias puedan volver a tener agua segura. Algo fundamental para cuidar la salud de las niñas y niños y evitar la propagación de enfermedades.

Vista aérea de una zona inundada después del paso del huracán Eta.
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Vista aérea de las fuertes inundaciones que sufrió la villa de Campur, Alta Verapaz, tomada el 3 de diciembre.
UNICEF/UN0403887/Billy/AFP-Services

En Alta Verapaz, en el municipio de San Pedro Carchá, se encuentra la aldea Campur, donde, a consecuencia de las tormentas, 537 viviendas quedaron bajo agua por meses. Lanchas y embarcaciones tuvieron que acercarse al lugar para rescatar y movilizar a la gente. A principios de 2021, el agua comenzó a bajar y Campur empezó a secarse.

La evaluación fue dramática: la mayoría de las familias perdieron absolutamente todo.

Un niño con mascarilla sentado en un salón de clases dañado por el paso del huracán Eta.
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A sus 12 años, Giancarlo Iquibalam Choc muestra una madurez asombrosa para enfrentar la tragedia: “Nosotros no sabemos dónde vamos a estudiar, hemos sido golpeados psicológicamente por Eta e Iota. Campur fue afectado de una manera muy horrible. Aquí antes había muchas computadoras, yo estudiaba con mis compañeros, pero ahora todo se terminó de hundir”, dice Giancarlo.

“Es muy triste lo que está pasando, solo pedimos que nos echen una manita, aunque sea para reconstruir todo lo que se perdió”, añade.

Madre e hijo frente a un albergue.
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Marta Alicia Che Caal (25 años) y su hijo Jeremías Daniel, de tres años, pasaron más de un mes viviendo en tres albergues distintos. “La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres revisó las viviendas y dijo que dentro de 25 días podíamos regresar a nuestras casas. Ha habido momentos en que yo me desesperé, él (Jeremías) se pone a llorar y me ha dicho: ‘Mamá, regresemos’. Le cuesta adaptarse, dice: ‘¿Y si le pedimos a la lancha que nos vaya a dejar a la casa?’”.

Jean Gough, Directora Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, sostiene la mano de un bebé en uno de los albergues en Guatemala.
UNICEF/UN0403842/Billy_AFP-Services

Jean Gough, Directora Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, se desplazó a Guatemala y Honduras para visitar las comunidades más afectadas y ser testigo del impacto en los niños y niñas más vulnerables. “Dos meses después de que los fuertes huracanes azotaran Centroamérica, las necesidades humanitarias de las familias con niños, niñas y adolescentes siguen siendo generalizadas y durarán mucho tiempo”, explica Gough.

Una familia cruzando un charco de agua.
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Jean Gough, Directora Regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, saluda a un señor en uno de los albergues en Guatemala.
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“Se han contaminado muchos pozos y se han dañado y destruido instalaciones de agua. Si no se toman medidas urgentes, es probable que más niños, niñas y adolescentes sufran desnutrición, abandonen la escuela y caigan en la pobreza”, dice Gough.

Gough quiere que este año escolar no sea un nuevo año perdido para la infancia: “Las escuelas son más que aprendizaje, tienen una merienda, protección, socialización, el niño aprende a jugar... Es un centro de unificación a nivel comunitario”.

“Hay que abrir las escuelas, no nos podemos dar el lujo de perder otro año escolar. La vida tiene que continuar para los niños”, cuenta Gough.