Familias y niñez en movimiento, frontera Guatemala-Honduras
El largo camino de las familias migrantes que huyen de la violencia y de los desastres naturales con la esperanza de conseguir mejores medios de vida para subsistir y brindar un futuro mejor para sus hijos e hijas.

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El calor es húmedo e intenso, brumoso. El ruido es ensordecedor: decenas de camiones y tráileres mantienen sus motores encendidos. Algunos tocan su bocina desesperados porque llevan horas intentando pasar el control migratorio de la frontera El Cinchado, entre Guatemala y Honduras, pero el movimiento es lento, muy lento. Al costado, familias enteras pasan entre los vehículos en fila. Van callados y con la mirada perdida, en el largo y complicado camino persiguiendo el sueño americano.
A pocos metros de allí, en una gasolinera pega fuerte el sol del mediodía. Al costado de la tienda de conveniencia hay un pasillo largo y con sombra. Una familia venezolana que está tomando una pausa en su largo viaje hacia Estados Unidos durmió ahí, lavó ropa y la colgó en la alambrada que divide la gasolinera con un campo.
Son parte de los miles de migrantes que caminan hacia el norte. En 2021, al menos 480 mil familias y 147 mil niños no acompañados transitaron por la frontera entre Estados Unidos y México, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. En 2022 las cifras muestran la misma tendencia. Solo en el primer semestre del año, más de 76 mil niños, niñas y adolescentes han viajado solos rumbo a Estados Unidos[1].
Migrando juntos
Gabriel (41), Carmen (29), y sus hijas Carla (10) y Ángela (8)[2] salieron en septiembre de Perú, rumbo a Estados Unidos. Caminaron, hicieron autostop, se subieron a buses, lanchas, camiones, motos y carros. Atravesaron y sobrevivieron la peligrosa selva entre Colombia y Panamá llamada Tapón del Darién, del que salieron sin nada. Perdieron la carpa, la ropa, los zapatos, pero nunca la esperanza. Van rumbo a Estados Unidos con la idea clara de poder ingresar y conseguir un trabajo que les permita mantenerse y enviar dinero a su familia que se encuentra en Venezuela.
En ese caluroso mediodía de Guatemala, a 40 días de empezar el viaje, se tomaron un momento de descanso, después de haber visitado el Centro de Atención para Personas Migrantes y Refugiadas (CAPMiR). En ese lugar, UNICEF y sus socios atienden a la niñez migrante y a sus familias para darles información sobre rutas seguras, sus derechos y acceso a servicios de protección disponible, así como ofrecerles atención en salud. También pueden tomar una ducha, lavar su ropa, acceder a internet, reestablecer comunicación con sus familiares y cargar su celular.
Para la familia venezolana la experiencia en la selva del Darién fue traumática. Caminaron ocho días seguidos, entre 10 y 12 horas diarias. Subieron y bajaron montañas, pasaron por ríos crecidos, sintieron el olor a muerte y vieron cadáveres. Convivieron con todo tipo de insectos, y perdieron sus zapatos en el lodo que les llegaba a las rodillas.

Las niñas estuvieron perdidas, separadas y solas, durante dos días dentro de la selva. Cada una de ellas recuerda diferente estas vivencias y utilizan diferentes mecanismos de defensa para afrontar lo que allí pasó. Carla, la más grande, vio una persona degollada en una carpa y aún le cuesta quitarse esa imagen de la cabeza. La pequeña, Ángela, ve todo como una aventura, y ha tenido la suerte de ser protegida por desconocidos. Durante esos dos días en que estuvo separada de sus padres en la selva, un señor se hizo cargo de ella, cuidándola y ayudándola a cruzar ese terreno en el que muchos se quedan en el camino.

Ángela cumplió años mientras atravesaba el Darién y lo recuerda como un “cumpleaños selvático feliz”, aunque sus padres lamentan no haberle podido dar ningún regalo. En la selva, al padre de la familia le pusieron una pistola en la cabeza como amenaza, pero no le robaron nada. Ya no tenían nada que quitarles.
Al salir de la selva todos se enfermaron. Estaban golpeados, con los pies heridos. Carmen, la madre, venía de días sin poder dormir y con pesadillas. La atendieron en el CAPMiR y le dieron algunos consejos para sentirse mejor. “Me dijeron que cuando esté nerviosa o esté pensando algo malo que me ponga los brazos en cruces y que me dé palmaditas. Eso me dijo la psicóloga y me ha servido, ahora duermo mejor”, dijo.
Tomar la decisión de migrar puede atribuirse a varios factores, entre ellos el huir de la violencia de bandas organizadas, tener la esperanza de conseguir mejores medios de vida para subsistir o haberse quedado sin hogar o trabajo luego de perderlo todo por algún desastre natural.
Este último escenario es el caso de una familia de 11 hondureños, quienes luego del paso de los huracanes Eta e Iota por Centroamérica en 2020 se quedaron sin hogar. La mayoría de los integrantes de ese grupo eran niños y niñas pequeños. Cuando pasaron cerca de una Unidad Móvil Humanitaria apoyada por UNICEF y sus socios, que patrullan la ruta para asistir a las familias migrantes, se detuvieron un momento a escuchar la información y recibir asistencia humanitaria.

Estas unidades, que cuentan con un espacio seguro, aire acondicionado y equipo de internet, permiten hacer recorridos diarios por la ruta migratoria. A través de estas unidades móviles se les brinda apoyo psicosocial, información sobre cómo protegerse en familia, en especial a los niños y las niñas, cómo cuidarse en la ruta migratoria y los derechos que tienen al migrar.
Un bálsamo
“Desde el año 2017, la migración hacía Estados Unidos ha ido en aumento. Caravanas de hasta 12 mil personas han intentado cruzar Centroamérica y México. En 2022, UNICEF y sus aliados han brindado apoyo a más 11 mil niños y niñas en tránsito por Guatemala. La mitad viaja solo”, dijo Pilar Escudero, oficial de comunicación de UNICEF en Guatemala.
Es imposible que centros como los CAPMiR de campo o las unidades móviles puedan solucionar todos los problemas que sufren los migrantes, pero son “un bálsamo para la situación que ellos están atravesando”, dijo Keily Gabriela Brenes, operadora de protección infantil en el Programa de Unidades Móviles en puntos fronterizos. Esta situación de alivio lo confirma otra venezolana, Aleiris Pernia de 30 años, una estilista que viaja con su novio tatuador, en la misma ruta que la familia de Carmen y Gabriel. Aleris también lleva dos meses de viaje y al llegar al centro le ofrecieron atención médica. “Llamaron a una enfermera porque me dolía la cabeza, me dieron unas pastillas, fueron bien amables, todo chévere”, dijo Pernia.
Los funcionarios que trabajan allí escuchan historias de lo que han vivido las personas migrantes y cuentan que solo con escucharles, las familias ya se sienten mejor. Pero los que más amor devuelven son los niños. “Es muy gratificante saber que con algo tan pequeñito, un globo, un crayón, una plastilina, un niño o niña se va feliz y olvida por un momento su situación real. Ver cómo ríen, cómo ríen y juegan, cómo no se quieren ir de la unidad. Están felices y volver con sus papás, muchas veces es volver a su realidad”, dijo Brenes.
Las hermanas venezolanas también demostraron agradecimiento por el tratamiento recibido. Se sintió como un “ángel refrescándome”, dijo Carla sobre el baño que recibió. “Sentí, ¿cómo se dice esa emoción? ¿alegría?”, dijo Ángela.
Sin importar cuáles sean los motivos de salida del país de origen, estatus migratorio o legal, los niños, niñas y sus familias en situación de movilidad tienen derechos. UNICEF está trabajando con las autoridades nacionales y los socios para brindar a los niños y niñas migrantes la oportunidad de estar protegidos, aprender, estar saludables y desarrollar su potencial.
En 2022, gracias a las contribuciones de los donantes, UNICEF y sus aliados llegaron a 5,2 niños migrantes aproximadamente en toda América Latina y el Caribe a través de atención primaria de salud, vacunas, servicios de nutrición, agua, higiene y saneamiento, apoyo psicosocial, cuidados alternativos y apoyo para reunificación de niños y niñas no acompañados, así como otros servicios de protección infantil.
Pero las necesidades siguen en aumento. Para 2023, UNICEF está buscando urgentemente 293 millones de dólares para satisfacer las necesidades urgentes de 8.7 millones de niños, niñas y adolescentes en la región, afectados por la migración, desplazamientos internos por la violencia y desastres naturales.
[2] Nombres ficticios para proteger su identidad.