Adolescentes migrantes
Logran integrarse a su nuevo hogar a través de la música
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Juan David Rincón (13) levanta la mano y saluda a lo lejos. Detrás caminan sus compañeros de batucada con redoblantes y tambores. Del otro lado, Dairilys Maurera (16) sonríe y camina hacia ellos con seguridad. La acompañan un grupo de adolescentes con los que compone canciones sobre su sentir como migrantes venezolanos en Colombia.
El Polideportivo Quinta Oriental de Cúcuta se llena de sonidos y risas cuando los dos grupos de adolescentes se encuentran para compartir su pasión por la música. Este parque, ubicado en el centro de la ciudad fronteriza con Venezuela, es el escenario improvisado del primer ensayo conjunto, y el refugio ideal para soportar el calor sofocante de la tarde. Juan David y Dairilys intercambian miradas y se saludan con timidez. Minutos más tarde, las voces y los tambores se unen con fuerza en una canción:
Paso firme, resistente.
Somos fuertes, resilientes, emergentes e influyentes.
Un presente contundente.
Artistas de la vida.
Con las riendas en la mano,
elegimos el camino que conduce nuestros pasos.
Somos fuertes cuando abrazamos.
La grandeza es encontrarnos.
Para Juan David la música es un cable a tierra que le permite no sentirse “bravo”. Dairilys cree que componer sus canciones y cantar en grupo la ayuda a “soltar sentimientos” y es una forma de contar su historia.
El proceso de integración en el país de acogida
En pocos años, Colombia acogió a la mayor cantidad de personas refugiadas y migrantes provenientes de Venezuela: 2,9 millones[1]. El camino de integración siempre es duro para un migrante y mucho más para los y las adolescentes. UNICEF tiene como misión promover la protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Por eso, a través de socios implementadores locales, lleva adelante programas que facilitan la integración y promueven el respeto a los derechos a su supervivencia y desarrollo, salud especializada y educación.
Las historias de Juan David y Dairilys, que viven desde 2019 en el asentamiento La Fortaleza de Cúcuta y en el barrio La Parada de Villa del Rosario respectivamente, son coincidentes con las de miles de migrantes venezolanos en toda América Latina. Sólo en Colombia, UNICEF estima que hay más de 135.000 niñas y niños venezolanos fuera del sistema educativo.
Un espacio protector ante infinitos riesgos
Dairilys es una de las 230 niñas, niños y adolescentes que asisten al Espacio Alternativo de Cuidado y Acogida para Niños, Niñas y Adolescentes (EACANNA), creado por UNICEF junto al socio implementador CIDEMOS, como estrategia de prevención de violencias e integración. Allí, reciben contención emocional, participan de actividades artísticas, nivelan sus estudios para ingresar a la educación formal y adquieren habilidades para la vida.
[1] Según cifras actualizadas a agosto de 2023 por la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes (R4V)
El edificio de EACANNA sobresale en el barrio por su colorida fachada, una obra de arte hecha por los adolescentes con tapitas de refresco. A pocos metros de este espacio está el Puente Internacional Simón Bolívar, que une Colombia y Venezuela. El barrio se llama La Parada y es el primer lugar con el que se topan quienes cruzan la frontera hacia el lado colombiano. La mayoría de los habitantes son familias migrantes que sobreviven con empleos informales y de las ventas ambulantes, y que enfrentan la presencia de economías ilegales, grupos armados y escenarios de violencia.
“Antes no había en espacios como estos, una infraestructura dedicada exclusivamente a la protección y a la promoción de derechos de niños y niñas. El sector de La Parada es especial porque hay un paso fronterizo formal y múltiples pasos fronterizos irregulares o informales. Es un territorio altamente afectado por dinámicas derivadas del conflicto armado, pero también de la violencia urbana típica. Y en ese escenario, pasando muchas horas en la calle, estaban transcurriendo las vidas de los niños y las niñas, tanto colombianos como migrantes”, explicó Luis Eduardo Ríos, oficial de Protección del Área de Migraciones de UNICEF en Colombia. En este contexto, el rol de EACANNA se volvió imprescindible.
Dairilys, su madre y sus tres hermanos -5, 8 y 11 años- viven en un cuarto de una pensión en La Parada. Los cinco duermen en un colchón en el piso. Además, comparten baño y una pequeña cocina con otras familias. Los primeros seis meses en Colombia, la familia vivió en la calle, y allí fue donde el personal de UNICEF los conoció y consideró que estaban en situación de alto riesgo.
Su madre trabaja en un puesto dispuesto en la calle de venta de bebidas cercano al Puente Internacional Simón Bolívar y, pese al peligro que implica llevar a sus hijos a ese lugar, decide hacerlo antes que dejarlos solos en la pensión. Dairilys y sus hermanos asisten a EACANNA de lunes a viernes en el horario de la tarde, pero las mañana las pasan en el puesto acompañando a su mamá; muchas veces soportando calor, hambre, expuestos a la presencia de los grupos armados y presenciando escenas de violencia.
Para Dairilys, además, llegar a EACANNA es sinónimo de paz, luego de todo un día en la calle o en la pensión. “Siento como esa paz, ese alivio de que aquí va a ser un rato diferente para la rutina que traigo todo el día. Siento emoción y tranquilidad”, afirmó.
Los espacios creados o apoyados por UNICEF buscan brindarles protección y promover su desarrollo integral. “Esos niños y niñas tenían que acompañar a sus padres o quedarse solos en sus casas. Y estaban todo el día en la calle, expuestos a situaciones de riesgo. Así que EACANNA nace como una propuesta para que estén en un sitio rodeados de profesionales y con las herramientas para que se reconozcan como sujetos de derechos”, apuntó Luis Eduardo Ríos.
“En esta zona se ve mucha violencia hacia la mujer”, dijo Dairilys. “Me quedaba sorprendida cómo otras adolescentes de mi misma edad, incluso menores que yo, ofrecían sus servicios sexuales, así como si no valiera nada”, agregó. A través de talleres y charlas en EACANNA, la adolescente encontró una forma de comunicar sus sentimientos: “Me di cuenta de que podía expresarme a través de la música, a través del arte”.
Mucho más que ruido
Juan David concurre una vez por semana a los encuentros de adolescentes que organiza la Fundación Moiras, socio implementador de UNICEF en Cúcuta. El proyecto apunta a prevenir la violencia, incluida la basada en género, y a fortalecer las habilidades para la vida de los adolescentes. En 2023, el proyecto sumó la propuesta de la batucada, una iniciativa que busca que los adolescentes se empoderen e integren a través de la música.
El adolescente recorre en bicicleta infinidad de subidas y bajadas en calles de tierra, para llegar finalmente a un comercio ubicado en la salida del barrio La Fortaleza. Allí lo recoge una camioneta de Moiras para trasladarlo a una plaza del centro de la ciudad.
A Juan David le gusta el lugar donde vive y disfruta de la vida que lleva con su mamá y sus tres hermanos. “Vivo en una casita humilde, pero honrada. La pasamos alegre en la casa. Si no tengo nada que hacer, hago tareas, si no fútbol”, dijo.
El adolescente recuerda el día que su mamá lo anotó en Moiras: “Ella me dijo que me enseñarían música, a tocar el tambor y que haríamos batucadas. Me encantó la propuesta porque a mí me gusta mucho la música. Cuando uno comienza a hacer el ritmo suena feo, pero cuando el profe nos va afinando, ya va cambiando el sonido por algo más bonito. Siento como una emoción de seguir tocando mejor y me siento alegre”.
Volver a estudiar
Los cuatro años que Dairilys demoró en volver a pisar un aula le parecieron eternos. “Yo estaba triste, porque a mí siempre me ha gustado desde pequeña estudiar, ir a la escuela. Siempre estaba pensando en eso y ya me quería volver a Venezuela para seguir estudiando”, aseguró. Cuando obtuvo su permiso de permanencia empezó a tomar clases en EACANNA, donde se le brinda una educación no formal para intentar recuperar la enseñanza formal.
“Cuando entré a este lugar era así como tímida. Luego, con ayuda de los profes y de los otros compañeros, empecé a adaptarme. Y cuando vi la posibilidad de estudiar y nivelarme para poder estar en el grado que yo estaba, me emocioné”, dijo la adolescente.
Juan David pasó un año entero sin poder pisar una escuela desde que llegó a Colombia, porque no tenía cómo probar sus estudios previos en Venezuela. Dairilys duró cuatro años fuera del sistema educativo. Quería continuar sexto grado, pero las trabas burocráticas se lo impidieron una y otra vez. Ahora está terminando su bachillerato en un programa de aceleración del aprendizaje.
El principal problema fue la falta de documentación. "Fue feo para mí, porque todo lo que había aprendido en Venezuela ya se me había olvidado", aseguró Juan David. Su madre Diana movió cielo y tierra hasta que le permitieron rendir exámenes para retomar un grado acorde a su edad. Actualmente cursa séptimo grado de secundaria en la escuela Padre Arturo Zárete Ramírez.
Los riesgos y las posibilidades de cuidado
Juan David y Dairilys migraron para escapar de las dificultades que enfrentaban en su país. Cargaron con la frustración de ver pausados sus sueños. Dejaron atrás amistades, recuerdos y sueños para empezar de cero en Colombia junto a parte de sus familias.
Ambos viven en barrios donde enfrentan riesgos asociados a la violencia: con presencia de grupos armados, redes de explotación sexual a menores, trabajo infantil, reclutamiento y asesinatos. Pero encontraron en EACANNA y Fundación Moiras lugares donde se sienten y están protegidos. Hoy los dos valoran mucho lo que han ganado en estos lugares. Sienten que los impulsan a ser mejores personas y perseguir sus sueños.
Ellos son sólo dos rostros que reflejan a miles de niños y niñas que dejaron sus países en busca de mejores destinos, y que demuestran que cuando la migración es abordada de manera adecuada, también puede convertirse en una oportunidad para el desarrollo humano, dijo Ríos.
UNICEF trabaja en programas en diversos países de América Latina y el Caribe para promover que adolescentes como Dairilys y Juan David puedan ejercer sus derechos y verse incluídos en los países de acogida para que logren ser lo que sueñan y quieren ser.