Yuri: Soltar para seguir adelante
La madre venezolana llegó con sus dos hijas adolescentes al "Cuidado de mí" implementado por UNICEF para el autocuidado, el bienestar y la resiliencia a pocos pasos de la selva del Darién.
Son las 9:30 de la mañana y la Estación de Recepción Migratoria (ERM) de Lajas Blancas es una Torre de Babel. Construida en los terrenos de una finca ubicada en el pueblo de Metetí, en Darién, la más agreste de las provincias de Panamá, la ERM de Lajas Blancas es un hervidero de gentes —venezolanos, ecuatorianos, angoleños, afganos, haitianos, cubanos— que buscan agua para bañarse, hacen fila para el desayuno o esperan turno en la caseta de recarga de teléfonos celulares. El gobierno de Panamá ha acondicionado las ERM para ofrecer servicios a las personas migrantes que cruzan el istmo rumbo a Norte América.
A pocos metros de la entrada, a mano derecha del campamento, hay una carpa de color blanco con el rótulo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). En la puerta, sobre el piso de tierra, una docena de chanclas, sandalias y zapatillas de todos tamaños, colores y materiales, todos rotos o gastados. Son los zapatos de las personas migrantes. Los zapatos de los niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres que ese día, desde temprano, se han acercado a la carpa donde se desarrolla el programa “Cuidado de mi” que se abrió a mediados de 2022 con el propósito de crear un espacio para el autocuidado y la solidaridad.
Adentro, sentada entre otras mujeres, está Yuri Castillo. A su lado, sus dos hijas adolescentes, Lucianyelis (15) y Camila (14). Venezolana, con 41 años y enfermera de profesión, Yuri salió de Venezuela en 2018 hacia Ecuador, y allí estuvo trabajando como limpiavidrios hasta que decidió hacer “la travesía por la selva”. “De Ecuador salí el 29 de enero. Llegué a Medellín (Colombia) un martes y ese mismo martes viajé a Necoclí. Estoy viajando con mis dos hijas menores y Valentina, nuestra perra”.
Yuri viste un pantalón y un suéter, llenos de polvo, y el cabello lo lleva recogido en un moño. “¡Llevo días con esta misma ropa!”, dijo de pronto. “¡Mírame cómo estoy!”, agregó, tocándose el cabello, mientras el grupo comienza a intercambiar algunas de las experiencias que vivieron en el camino.
¿Qué cómo fue la travesía? Yuri cierra los ojos un instante y los abre para decir: “El trayecto fue de cuatro días y medio. Parábamos cada tanto, pero no queríamos quedarnos solas. ¡Y nos pasó una vez! Lo cuenta y aprieta las manos contra el pecho. “La montaña es tan alta que a veces sientes que no puedes levantar las piernas porque los músculos no te dan. Todo el día es caminar, caminar y caminar. En un momento me pregunté: ¿Cuándo metí a mis hijas en esto?”

Fue una de sus hijas la que, en medio del trance del agotamiento y viendo que su madre se derrumbaba, se acercó y le dijo: “¡Mamá, tú puedes! ¡Vamos, vamos!”. Ahora que lo cuenta, a Yuri se le anegan los ojos. “Fue una de mis hijas la que me levantó, la que me dio ánimos… Es que imagínate: yo soy la cabeza de familia… Si me pasaba algo, ¿qué iba a ser de mis hijas?”.
Pero atravesar la selva de Darién supone mucho más que un reto físico inmenso. Implica, también, superar miedos y pavores. Miedo a la corriente del río, por ejemplo, que ya se ha llevado a muchos. “A mis hijas, de 14 y 16, casi se las lleva el río. Cayeron como en un pozo, y si no fuera porque alguien las salvó…”.
Pavor a los caminillos abiertos en el borde de las montañas, donde lo único que los sujeta a la vida son raíces y cuerdas puestas allí por los que pasaron antes. “En esos filitos apenas tienes para poner el pie… Lo pones mal y te vas [al precipicio]”

La idea de crear un sitio como “Cuidado de mí” surgió, justamente, cuando Johanna Tejada, experta en Género y prevención del abuso sexual y la explotación del equipo de UNICEF de Darién, se dio cuenta de la necesidad de crear un lugar seguro dentro de las ERM, donde las personas migrantes pudieran retomar su humanidad. Sí, su humanidad. Porque muchos llevan meses viajando desde sus países de origen huyendo de situaciones de violencia, inseguridad, discriminación o vulnerabilidad económica, y para llegar a Lajas Blancas caminan por las trochas selváticas de Darién, una ruta peligrosa por sus condiciones naturales, la presencia de grupos armados y los asaltos de los que pueden ser víctimas.
UNICEF, junto a sus socios locales implementa servicios para salvar vidas para la población migrante en tránsito por Darién y comunidades de acogida, gracias a los fondos que recibe de la Agencia Humanitaria de la Unión Europea y el Gobierno de los Estados Unidos.
“Aquí encuentran servicios de salud para curar heridas, servicios psicológicos y médicos para la atención de las violencias y espacios para descarga emocional”, explicó Tejada. “También se realizan actividades como escritura de cartas, espacios para el autocuidado y talleres de resiliencia”, agregó.
El espacio “Cuidado de mi” es una innovación de UNICEF en Panamá para brindar atención a las mujeres y adolescentes muchas de los cuales viajan solas y se exponen a mayores riesgos a la trata, explotación y abuso sexual, así como a otras formas de violencia basada en género.

En la concepción y creación del programa “Cuidado de mi” se utilizó un enfoque de género, y por ello el espacio está pensado, sobre todo, para las adolescentes y mujeres: allí encuentran implementos para arreglarse, objetos de primera necesidad —desodorante, toallas sanitarias, champú, papel higiénico y pasta de dientes, entre otros, en “La Tiendita”—, pero también pañales desechables, ropa interior para niñas y niños y ropa de segunda para toda la familia. “Es que la belleza es una catapulta para restablecer de nuevo la dignidad”, explicó Tejada, y tener un sitio donde poder renovarse por fuera y por dentro, “les devuelve la fuerza para seguir su camino”.
Como detalló Claudia Murrel, promotora psicosocial de RET Internacional, socio local de UNICEF en Darién, “este es un espacio donde pueden venir a descansar y donde pueden volver a ser personas, como ellas mismas dicen. También recibimos a hombres porque ellos son parte de la familia; porque no nos sirve empoderar a las mujeres, hacerles saber a qué tienen derecho, sino tienen una pareja que las apoya. Entonces, lo que tratamos es de inculcar una nueva masculinidad”.
El espacio dentro de la carpa se queda chico pronto. A medida que avanzan las horas y llegan más personas desde un caserío llamado Bajo Chiquito, a cuatro horas de viaje en piragua, un río de gente sube desde la ribera del Chucunaque que sirve de puerto y, tras las revisiones de rigor por parte de las autoridades, van buscando dónde hacer una llamada, dónde pasar la noche, cómo continuar su viaje hacia el norte del continente. Es así, preguntando, que muchos llegan a la carpa de UNICEF. Buscan sobre todo ropa limpia porque, tras varios días en la selva, solo cargan lo puesto: todo lo que traían lo dejaron en el camino, para hacer menos sufriente el cruce, o tuvieron que dejarlo obligados por delincuentes.

La visita, sin embargo, se aprovecha para invitarlos a quedarse un rato y participar de las charlas y talleres. Una de las actividades que se realizan, por ejemplo, es la lectura de cartas dejadas por aquellos que ya pasaron y escritura de cartas para aquellos que vienen: cartas escritas por mujeres, adolescentes y hombres que pasaron por Lajas Blancas y que se animaron a contar su experiencia, compartir su dolor, dejar por escrito sus sueños. Los mensajes son más bien cortos: apenas una cara de texto escrito en papeles de colores… Papeles de colores que quedan como testimonio de la tragedia migrante y de la esperanza.
Murrel y sus compañeras también suelen visitar el campamento —la zona de la ERM donde las personas migrantes pasan la noche— para invitar a los que allí pernoctan al espacio “Cuidado de mí”, sobre todo a aquellas mujeres que están al cuidado de niños y niñas. La idea es que se regalen unas horas para ellas mismas, pero también que los niños y niñas participen en el “Espacio amigable”, otro lugar seguro creado por UNICEF junto a RET, para dar acompañamiento psicosocial y actividades recreativas y de desarrollo infantil a los niños y niñas migrantes y de la comunidad indígena cercana.

Del trabajo que se hace diariamente, el equipo de UNICEF y RET llevan un registro que suben a un dashboard especialmente diseñado, en el que detallan el número de personas atendidas, las actividades realizadas y otros datos. También se solicita a algunas de las personas atendidas que llenen una encuesta —a través de un sistema digital para gestionar información que combina recolección de datos y visualización, sin necesidad de Internet—, o que escriban sugerencias y las depositen en un buzón, para medir la calidad de los servicios y conocer qué otras cosas pudieran ser útiles.
Yuri, que en la mañana consiguió champú y jabón de baño en “La Tiendita”, regresa a la carpa unas horas más tarde siendo otra: se ha lavado el cabello y luce sus rulos afro, tiene ropa limpia y se coloca sombra celeste en los ojos. Así, sintiéndose otra vez ella misma, se sienta a contar su historia. El trayecto pendiente es largo, pero al menos en la carpa de “Cuidado de mí” pudo “drenar, soltar para seguir adelante”.
Lo mejor de todo es que en este espacio levantado en un contexto de emergencia, en el que convergen personas de distintas nacionalidades sometidas al rigor de una caminata que no imaginaban tan difícil — y que para algunos es mortal—, Yuri encontró algo que hacía semanas no hallaba: “Aquí me he sentido bien. Es bueno sentir estar en un sitio donde tú hablas y te escuchan. Escuchar, mantener una conversación. Eso”.