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Cuando llegamos, nos encontramos con una gran olla sobre una hoguera en el centro del espacio donde se reúnen las llamadas emprendedoras rurales. «Aquí hay una ley: cuando viene alguien, se hace comida para todos», exclama, a modo de bienvenida, Elisa Toichoa, coordinadora de las Escuelas de Campo para Agricultores (ECA) de Guinea Ecuatorial.
Se trata de una iniciativa de la FAO, que inició su recorrido a finales de los 80 en el sudeste asiático. En África, se implantaron más tarde. En Guinea Ecuatorial, hace solo un par de años, en los distritos urbanos de Baloeri, Basupú y Batoicopo.
Hoy visitamos la escuela de Batoicopo. Llegamos un poco —bastante— tarde porque nos hemos entretenido en Basupú con un joven agricultor, Graciliano Sambo. Elisa insistió en que lo encontrásemos. Es un chico tímido, vestido de negro integral. «Su madre murió hace dos meses», me informa Elisa, «debe guardar luto todo el año».



Daniel Ángel Ehate tiene 12 años. Se acerca cuando reparten la comida. Estaba jugueteando entre los bananeros. «Suele venir a la finca conmigo cuando no hay clase», comenta su abuela. Ella participa en la Escuela desde su fundación. «Me ayuda un poco, pero no gran cosa».
Le pregunto a Daniel si le gustaría trabajar aquí cuando sea grande. Me dice que no. «Me gusta venir a la finca, pero de mayor no me gustaría ser agricultor. El trabajo de agricultura es muy “fuerte”» —no se lo discuto— «A mí me gustaría trabajar en las empresas… como conducir coches… Arreglar luz… Poner luz…». Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Daniel es más representativo de la juventud ecuatoguineana que Graciliano.
Los jóvenes del país, como la de medio mundo, sueñan con un trabajo fácil, en la ciudad, que esté bien pagado. La modernidad ha llegado a Guinea Ecuatorial para quedarse. El país se va abriendo lentamente al exterior, y los productos congelados llegados de España, Brasil o China, inundan las estanterías de los supermercados.
La dieta tradicional basada en productos de la agricultura, pesca y caza se ha sustituido por alimentos procesados y congelados, muchas veces sin respetar la cadena de frío. Esto da lugar a deficiencias en micronutrientes, principalmente de vitamina A. También provoca anemia en dos tercios de los niños.
UNICEF trabaja con el Gobierno para la promoción de prácticas de nutrición mejorada en un proyecto conjunto con la FAO. Se capacita a las madres para explicarles la importancia de la dieta tradicional. Iniciativas como las formaciones en capacitación financiera incluyen módulos de cambio de comportamiento para retomar hábitos saludables, en particular para los niños pequeños y adolescentes. También se les enseña a ahorrar, a emprender y a organizarse mejor para lograr que su Escuela se convierta en una de las primeras cooperativas del país.
Pese a la situación de vulnerabilidad de las familias que participan en este programa, Daniel disfruta de una dieta rica en productos de la huerta. «Desde que mi abuela viene a la huerta, comemos más cosas. Si ayer comimos banana, otro día podemos comer mangüeña, papaya… Pero si es de verdura, si hoy hemos comido yacató, mañana comeremos patata leave, otro día comeremos green, otro día comeremos otras cosas».
Las escuelas de campo para agricultores se han implantado de manera tímida en el país. Solo existen tres Escuelas en el área periurbana de Malabo. Los recursos siguen siendo escasos. «Si tuviéramos una máquina para cortar las malas hierbas nos ayudaría mucho», me explica Jeremías Diote, presidente de la escuela de Batoicopo.