Aranza y Ana, un encuentro inseparable
Aranza (7) y Ana (10) son dos de las tantas niñas y niños migrantes que viven en la provincia de Panamá Oeste y que acceden a actividades sociales, culturales y deportivas una época en donde la oferta es muy limitada por efecto del COVID-19.
Puerto Caimito, Panamá Oeste
En el poblado costero del pacífico panameño donde nació la gran estrella de béisbol Mariano Rivera, Aranza (7) y Ana (10), dos niñas venezolanas de mirada pícara e inquieta, hacen una actividad de pintura. Las niñas, que ahora son grandes amigas, llegaron a Panamá en el año 2018 acompañadas de sus familias, con la esperanza de tener un mejor futuro. “Antes no nos conocíamos, nos vimos aquí la primera vez hace un tiempo y desde ahí hemos hecho todo juntas”-dice Aranza-. Las dos tienen mucho en común. Aranza, a pesar de su corta edad, se expresa como una niña grande, con una sorprendente locuacidad. “Lo que más me gusta en el mundo es coser, en mi casa me hice una camiseta yo sola y cuando vengo acá hago de todo, bisutería, pinto y bailo”. Aranza está con muchas ganas de que comience la escuela el 7 de marzo. El año pasado, vio a su maestra apenas una vez y no conoció a ninguno de sus compañeros de primer grado porque no tuvo clases presenciales. Estos encuentros le dieron la oportunidad a Aranza de hacer muchas actividades y conocer chicos de todas las edades, luego de largos meses de pocos amigos. Ana Karina no está tan urgida de comenzar las clases, porque recibe tutorías presenciales privadas con amiguitos y eso le gusta mucho. Ahora mismo, Ana está concentrada y algo ansiosa por lo que viene después. Las dos se maquillarán y vestirán para subirse al escenario. Allí harán una presentación con la Coral. “Ella se vestirá con traje típico panameño”-cuenta Ana Karina- “y yo con el traje típico de Venezuela”.
Cuando se les pregunta sobre Venezuela, Aranza dice que sueña con volver a ver a la familia que quedó allá. Ana dice que le gustaría viajar a Venezuela algún día, sólo para conocer todos esos pueblos y ciudades que mencionan sus padres en cada anécdota familiar “porque no me acuerdo de nada”-dice con cierta intriga-. Las dos vinieron a Panamá cuando eran muy pequeñas y ya son mas de acá que de allá. Al igual que Víctor. Víctor tiene 16 años, unos ojos negros chispeantes y es voluntario de la Organización sin Fronteras, una asociación sin fines de lucro fundada por 7 familias oriundas de Venezuela que están a cargo del Encuentro deportivo-recreativo de esta tarde. Es amante del béisbol desde su natal Venezuela, e igual de apasionado por el deporte como todos los otros niños de Puerto Caimito (Chorrera).
Hoy su tarea es recibir y registrar a decenas de niños que llegan para participar del Encuentro.
El predio donde se hace el evento, queda a pocos metros de “la mansión” (como le llaman orgullosamente los habitantes locales a la casa de Mariano Rivera en Panamá). Es un espacio que cuenta con un anfiteatro, una cancha de básquet, una cancha de béisbol, una cancha de fútbol y un parque infantil.
El evento es el cierre de un programa de actividades sociales, recreativas y culturales, actividad que se desarrolla en el marco del proyecto "Entornos protectores para niños, niñas y adolescentes venezolanos y sus familias migrantes en Panamá Oeste durante la pandemia de COVID y Post COVID” con apoyo de UNICEF e implementado por RET Américas junto con la Organización sin fronteras. Hoy, niños y niñas podrán pintar, hacer bisutería, títeres, participar de cuenta cuentos y de la recuperación de espacios en la que han trabajado sin cesar durante los últimos encuentros. Hoy instalarán finalmente los ornatos de plantas dentro de llantas decoradas por ellos mismos e inaugurarán la recién pintada cancha de básquet.
“Habíamos identificado que Panamá Oeste es una de las zonas donde hay mayor residencia de población migrante venezolana en Panamá. Entonces, con los recursos que nos brindó la plataforma de respuesta a atención a la población migrante venezolana R4V-que cubre 23 países, identificamos qué derechos podrían ser acompañados en el proceso de integración. En los encuentros que se hicieron en el Pacto de Bicentenario, los niños demandaban recreación, cultura y deporte” -cuenta Diana Romero, oficial de Emergencias de UNICEF en Panamá-. Y fue en esas áreas en donde se priorizaron los esfuerzos. Es que el COVID-19 obligó a las familias a concentrar sus recursos en alimentación, vivienda y servicios básicos, sin oportunidad de brindarles a los niños acceso a otros derechos esenciales como el juego, recreación, deporte y cultura.
Esta iniciativa, fue además parte del programa piloto que UNICEF está llevando a cabo de “Ciudades Amigas de la infancia”. Eder González, consultor del área de política social, monitoreo y evaluación de la oficina UNICEF en Panamá, explica que una Ciudad Amiga de la Infancia es cualquier ciudad, pueblo, comunidad o sistema de gobierno local comprometido con el cumplimiento de los derechos de las niñas, los niños y los adolescentes de acuerdo a la Convención sobre los Derechos del Niño. “Busca el fortalecimiento de la gestión pública en garantía de los derechos de la niñez y esto se traduce en poner a la niñez en el centro de las decisiones públicas. Las comunidades de Panamá Oeste, y específicamente los Corregimientos de Puerto Caimito y El Arado son poblaciones que se encuentran en condición de pobreza multidimensional y con ellas se decidió comenzar a trabajar”-cuenta Eder-. “La idea es primero anexar un distrito capital, en este caso La Chorrera, y dos corregimientos, pero luego la idea nuestra es abarcar más corregimientos y luego pasar a otro distrito y luego de lograr esta primera certificación de Panamá Oeste tenemos pensado llegar a otras provincias” -agrega Eder-.
Tanto la provincia, encabezada por la junta técnica y el distrito, por medio de la oficina de desarrollo comunitario y luego las juntas comunales a través de su representante, se comprometieron a cumplir con una serie de actividades y UNICEF aportó con asistencia técnica para llevar a acabo estas acciones en terreno.
Los niños y niñas que asisten a las actividades son en su mayoría migrantes venezolanos, pero hay muchos niños locales que participan también, como Elián González, que tiene 9 años y no se ha perdido un solo encuentro. Elián está sentado sobre una pelota de fútbol y pinta afanosamente una bolsa de tela que le han entregado. Según el equipo técnico de RET, Elián es el primero en llegar y el último en irse y disfruta mucho del trabajo. Ha pintado paredes, bancas, canchas…ha hecho de todo. Le encanta colaborar y no le gusta quedarse quieto. Los días de semana ayuda a su tío que es mecánico de autos y está aprendiendo a “mecaniquear” como él mismo dice.
La Organización sin fronteras es una organización que representa a la población migrante y fue fundada por 7 familias oriundas de Venezuela. María Elena es una de ellas. Es una mujer alegre, pujante y con muchísima energía. Junto con su familia, hace años que dedica su tiempo libre a las actividades sociales y desde 2019 de manera formal bajo la Organización sin fronteras. “Siempre hemos hecho trabajo social. Mi marido es trabajador social y ha sido una vocación no sólo para él sino para toda mi familia porque mis hijos siempre nos han acompañado”-cuenta. María Elena explica que la Organización está destinada a la integración de migrantes por medio de actividades culturales, sociales y deportivas en Panamá y su misión es gestionar y apoyar. “Más que pedir, venimos a aportar” subraya María Elena.

Este grupo de “activistas sociales” como se autodenominan, ponen a disposición su conocimiento técnico y habilidades al servicio de población en situación de vulnerabilidad y tienen en marcha 4 programas: Salud (mediante el cual realizan jornadas de salud gratuitas y abiertas a toda la comunidad), Social (asesoramiento legal para migrantes), Educación y Cultura y el Programa deportivo para niños, niñas y adolescentes.
El programa deportivo que la Organización ofrece, sorprende con su formulación. Está basado en una idea de “Fútbol con Corazón”, una empresa social que utiliza la pedagogía del fútbol para que niños, niñas y jóvenes desarrollen valores y habilidades socioemocionales. Este programa implementa un sistema muy particular en los 4 deportes que se enseñan: béisbol, fútbol, volleyball y básquet. En ninguno de los 4 deportes utilizan árbitro. La idea es que los propios niños asuman la falta. Si hay una falta en el caso del fútbol o hay un error en mi caso del béisbol, ellos mismos levantan la mano y asumen el error. “Es una metodología sumamente espectacular porque lleva el deporte a otro nivel” -señala María Elena- “Los niños aprenden de valores, aprenden a ser responsables, a convivir”. Además, dentro de la metodología, tienen la parte de la integración, ya que siempre tiene que haber una niña. Los goles, tantos o carreras comienzan a contar luego que una niña anota. Gracias a eso, la participación de las niñas se ha incrementado. “En el equipo de los mas pequeños hay paridad: 10 niños y 10 niñas en los grupos de niños de 5 a 7 años” -añade María Elena orgullosa -.
Aranza y Ana Karina se han lucido en el escenario y bajan a cambiarse de ropa para seguir jugando. Tres muchachos de unos 15 o 16 años se acercan a la actividad y preguntan si habrá fútbol. Víctor se apresura para inscribir a los que llegan rezagados y se va al encuentro de Elián y el resto de los chicos y chicas que lo están esperando en la cancha del fondo. Llega con la pelota, ayuda en la división de los equipos y aunque no hay árbitro que pite el inicio, el grupo de amigos comienza a jugar.