Las cinco oportunidades para los niños que debemos aprovechar ahora
Una carta abierta sobre por qué creo que podemos reimaginar un mundo mejor para cada niño después de la COVID

La COVID-19 es la primera crisis verdaderamente mundial de la que somos testigos. Independientemente de dónde vivamos, la pandemia nos afecta a todos, sobre todo a los niños. Millones de niños se han quedado sin los servicios básicos de salud, educación y protección sencillamente por haber nacido en la pobreza o a causa de su origen étnico, su raza o su religión. La COVID-19 ha acentuado esta brecha de desigualdad, y las repercusiones de la pandemia en el plano social, económico y de la salud seguirán haciendo estragos durante años, amenazando los derechos de los niños.
Sin embargo, no podemos dejarnos intimidar o quedar paralizados por estos obstáculos. La celebración del 75 aniversario de UNICEF este año nos recuerda que esta organización se creó en mitad de otra crisis histórica como resultado de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, habría sido fácil sentirnos abrumados por la escala de los problemas a los que se enfrentaban los niños en un mundo asolado por la guerra, pero reimaginamos las posibilidades. Construimos nuevos sistemas de salud y bienestar en todo el mundo. Vencimos a la viruela. Creamos las Naciones Unidas.
La historia nos reclama una vez más. En las graves crisis mundiales que han ocurrido en el pasado, desde guerras hasta pandemias, los dirigentes se han unido para negociar acuerdos y pactos y consensuar nuevas formas de restablecer la paz, recuperarse, reconstruir y cooperar.
Debemos aglutinar al mundo con el propósito de crear un plan concreto y práctico para proteger a nuestros niños: una promesa de nuestra generación a la siguiente de invertir en salud y en educación, crear sistemas y servicios más resilientes que puedan llegar a todos los niños y garantizar que los recortes presupuestarios y las recesiones económicas no les perjudiquen.
Si bien debemos tener clara la escala de las dificultades que afrontan los niños del mundo, también podemos fomentar las alianzas y la solidaridad trabajando sobre la base del pasado, con ambición y confianza en nuestro futuro.
No se trata de que las cosas vuelvan a ser como eran: para cientos de millones de niños del mundo, la “normalidad” nunca fue lo suficientemente buena.
Estas son las cinco oportunidades que la pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve para los niños del mundo y cinco lecciones acerca de cómo podemos reimaginar un mundo mejor para ellos, en palabras de los propios jóvenes.

“La creciente retórica contra la vacunación nos está poniendo en peligro de contraer enfermedades mortales que deberían haberse erradicado por completo a estas alturas. Nadie debería tener que sufrir una enfermedad que puede evitarse de forma segura con vacunas. Nadie”.
Para que las vacunas funcionen, debemos infundir confianza en ellas
La historia y la ciencia nos demuestran que las vacunas son la mayor esperanza que tenemos de acabar con este virus y reconstruir nuestras vidas y nuestros medios de subsistencia.
Sin embargo, tal y como nos recuerda Ridhi, existe un riesgo real de que las vacunas contra la COVID-19 no lleguen a todas las personas que las necesitan.
Las dudas con respecto a las vacunas tendrán graves repercusiones sobre nuestra capacidad para superar la COVID-19. Un estudio realizado entre cerca de 20.000 adultos de 27 países reveló que, aproximadamente, uno de cada cuatro rechazaría una vacuna contra la COVID-19. Otro estudio similar, realizado entre la población estadounidense, reveló que la imprecisión y la inconsistencia de los mensajes de las autoridades de salud pública y los políticos podrían desalentar el uso de las vacunas.
Al mismo tiempo, la desinformación relacionada con las vacunas se ha convertido en un gran negocio que no deja de crecer. El número de seguidores digitales de los empresarios contrarios a las vacunas ha aumentado al menos un 20% durante la pandemia. Según Avaaz, las 10 principales páginas web en las que los investigadores identificaron información falsa sobre la salud tenían casi cuatro veces más visualizaciones en Facebook que la información publicada en portales sobre la salud de reconocido prestigio.
En resumen, estamos perdiendo terreno en la lucha por la confianza y, sin confianza, la vacuna contra la COVID-19 no servirá de nada. No obstante, con la llegada de las vacunas contra la COVID-19 en todo el mundo, ahora tenemos la oportunidad de atender a cada niño y proporcionarle inmunizaciones que les pueden salvar la vida. La luz al final del túnel debe brillar para todos.
Qué se debe hacer:
Ahora que se han desarrollado distintas vacunas contra la COVID-19 en todo el mundo, podemos concentrar nuestra atención en la larga y difícil lucha para eliminar este virus del planeta con igualdad y justicia, llegando a todas las personas, incluidas las más pobres y excluidas.
Ya se está trabajando para preparar ese día. UNICEF es un aliado implicado en el Grupo de Compromiso Anticipado de Mercado del Mecanismo COVAX, una asociación mundial dirigida a garantizar un acceso justo y equitativo a las vacunas contra la COVID-19 en todo el mundo. Nuestro objetivo es asegurar que ningún país ni ninguna familia queden rezagados cuando las vacunas estén disponibles. Con este propósito, dirigiremos iniciativas para adquirir y suministrar vacunas contra la COVID-19 y utilizaremos las infraestructuras con las que contamos a fin de ayudar a facilitar su distribución incluso a las zonas más remotas, sorteando las dificultades logísticas. Los gobiernos deben trabajar juntos y cerciorarse de que las vacunas contra la COVID-19 sean asequibles y accesibles para todos los países.
Sin embargo, debido a que el ingrediente esencial de cualquier vacuna es la confianza, es importante destacar que UNICEF está llevando a cabo una campaña digital mundial con miras a obtener apoyo público y concienciar sobre el valor y la efectividad de todas las vacunas.
Las empresas tecnológicas desempeñan un papel fundamental y algunas ya han dado los primeros e importantes pasos para abordar la difusión de información errónea y peligrosa en sus plataformas. En octubre, Facebook anunció una política mundial que prohibía los anuncios que desalentaran la vacunación. Poco después, YouTube anunció medidas severas relativas a los contenidos contrarios a la vacunación, y eliminó vídeos que incluían información falsa sobre las vacunas contra la COVID-19. No obstante, se puede hacer más. Las plataformas de las redes sociales han de tomar medidas para denunciar y eliminar contenidos que distorsionen la realidad.
Las dudas con respecto a las vacunas no solo afectan a las vacunas contra la COVID-19. En 2019, la OMS declaró que la reticencia a las vacunas era una de las 10 amenazas principales para la salud mundial, y, sin confianza, las vacunas no son más que viales caros guardados en los botiquines de los médicos.

“Creo que este puede ser el momento perfecto para que en las escuelas se escuche a los estudiantes y se encuentren formas de mejorar sus instalaciones de aprendizaje digital. Incluso cuando pase la pandemia, el aprendizaje digital podría ser una valiosa herramienta para hacer la educación más accesible y flexible”.
Cerrar la brecha digital puede ayudar a brindar una educación de calidad para todos
Kamogelo lleva razón. En el momento álgido del cierre de las escuelas a principios de 2020, casi un 30% de los niños en edad escolar del mundo no contaban con acceso a la educación a distancia. De hecho, solamente poco más de la mitad de los hogares de la mayoría de los países del mundo disponen de acceso a internet.
Estos niños ya tenían menos probabilidades de acceder a una educación de calidad antes de la pandemia. El hecho de que más del 50% de los niños de 10 años de los países de ingresos bajos y medianos no puedan leer ni comprender una historia sencilla cuando terminan la escuela primaria es un reflejo de una crisis educativa mundial. Si no cerramos la brecha digital, este grupo cada vez más numeroso de jóvenes se quedará rezagado.
La COVID-19 ha acentuado esta urgencia. Nos encontramos ante una oportunidad única en toda una generación de conectar a cada niño y cada escuela a internet y proporcionarles nuevas herramientas digitales que los ayuden a desarrollar las habilidades necesarias para alcanzar su potencial, tanto durante la pandemia de la COVID-19 como después.
Qué se debe hacer:
Antes de nada, los gobiernos deben dar prioridad a volver a abrir las escuelas y tomar todas las medidas posibles para reabrirlas en condiciones de seguridad.
No obstante, esta pausa prolongada del aprendizaje también nos ha permitido replantearnos las formas en que proporcionamos la educación.
La campaña Reimaginar la Educación de UNICEF está transformando el aprendizaje y el desarrollo de habilidades con el fin de ofrecer una educación de calidad para cada niño a través del aprendizaje digital, la conexión a internet, los dispositivos, la asequibilidad de los datos y la participación de los jóvenes. Nuestro objetivo es llegar a 500 millones de niños y jóvenes antes del final de 2021, y esperamos que a 3.500 millones antes de 2030. Junto con numerosos aliados del sector privado y los gobiernos, esta tarea requerirá medidas como distribuir libros de texto a ubicaciones remotas, promover la retransmisión de programas educativos de radio y ofrecer educación a los niños allá donde vivan, incluso a través de mensajes de texto, grupos de WhatsApp y podcasts.
Las herramientas digitales pueden ser revolucionarias. El conjunto mundial de instrumentos de aprendizaje digital de UNICEF está ampliando el acceso a competencias fundamentales, transferibles, profesionales y digitales para los niños más vulnerables y a los que resulta más difícil llegar. Por ejemplo, estamos trabajando con Microsoft en el Pasaporte para el Aprendizaje, una plataforma que ofrece acceso en distintos idiomas a los planes de estudios de las escuelas mediante internet o sin necesidad de conexión, incluso en situaciones de crisis. Además, estamos colaborando con Khan Academy en materia de competencias fundamentales, digitales y relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (CTIM); estamos ofreciendo un programa digital para enseñar a los refugiados y los migrantes el idioma de la comunidad de acogida con el fin de conectarlos con las oportunidades educativas y laborales; y estamos trabajando con la fundación Age of Learning con el propósito de brindar acceso a la preparación para la escuela, la alfabetización y la aritmética a más de 180.000 estudiantes del mundo.
No obstante, las herramientas de aprendizaje deben ir acompañadas de la conexión necesaria para poder utilizarlas. A fin de aumentar la conectividad, estamos trabajando con aliados públicos y privados en la iniciativa GIGA, encaminada a ampliar el acceso a internet para cada niño, cada comunidad y cada escuela antes de 2030.
Como parte de esta iniciativa, hace poco publicamos una alianza mundial con Ericsson con la que pretendemos hacer un seguimiento de la conectividad de las escuelas de 35 países antes del final de 2023. Se trata de un primer paso decisivo para proporcionar a cada niño acceso a oportunidades de aprendizaje digital.
Tal y como nos recuerda Kamogelo, si aprovechamos el poder de las soluciones digitales en este momento decisivo de la historia podremos revolucionar el aprendizaje y el desarrollo de las capacidades de toda una generación de niños.

“¿Por qué tratamos la salud mental como si no fuese para tanto? ¿Por qué le decimos a una persona que está sufriendo que ‘le da demasiadas vueltas a las cosas’? ¿Por qué estereotipamos a las personas que padecen una enfermedad mental diciendo que están locos? Ya es hora de dejar a un lado esos estereotipos y aceptar que la salud mental es tan importante como la física”.
La COVID-19 ha centrado la atención en la salud mental de los jóvenes del mundo
Tulika lleva razón: la salud mental sí es para tanto, y es tan importante como la salud física. Esto es especialmente cierto durante la infancia y la adolescencia, el periodo en el que asentamos las bases de nuestras capacidades cognitivas y de aprendizaje, nuestra inteligencia emocional y nuestra resiliencia ante las situaciones de estrés.
Una vez más, la pandemia ha destacado lo vulnerables que son los niños y los jóvenes.
La COVID-19 ha alterado la vida de los niños de todo el mundo y ha interrumpido una serie de hábitos reconfortantes y habituales como ir a la escuela y jugar al aire libre. En el caso de los adolescentes, el aislamiento los ha privado de las conexiones sociales y entre compañeros que son tan decisivas en ese momento de la vida. Además, la cuarentena ha obligado a muchos niños que sufren el trauma de la violencia, el abandono o el abuso en su familia a quedarse encerrados con las personas que los maltratan, desprovistos de la ayuda que en circunstancias normales podrían brindarle la escuela, otros miembros de la familia o sus comunidades. La COVID-19 también ha interrumpido o suspendido los servicios de salud mental más importantes en el 93% de los países de todo el mundo.
Estos efectos se suman a unos daños que ya de por sí eran preocupantes. En la anterior carta que escribí, hablé sobre el aumento de los trastornos de salud mental entre los menores de 18 años, un periodo decisivo en el desarrollo de una persona joven. La mitad del total de los trastornos de salud mental se desarrollan antes de los 15 años, y el 75% lo hacen en las primeras etapas de la edad adulta. La mayor parte de las 800.000 personas que mueren por suicidio cada año son jóvenes, y la autolesión es la segunda causa principal de muerte entre las niñas de entre 15 y 19 años.
Por desgracia, un gran número de niños y jóvenes no buscan ayuda debido al estigma y la discriminación que rodean tanto al abuso como a los trastornos de salud mental. La salud mental recibe poca financiación en casi todas partes y los gobiernos deben tomar más medidas. Menos de un 1% de los presupuestos de salud de los países de ingresos bajos se destinan a la salud mental.
No obstante, ante la cantidad de obstáculos que encuentran los niños y los jóvenes para su bienestar mental, esta pandemia también ofrece la oportunidad de hablar de la salud mental de los adultos y los niños y obtener más información al respecto.
Qué se debe hacer:
Muchos jóvenes como Tulika están reclamando ayuda y debemos escuchar sus preocupaciones.
Algunos gobiernos ya lo están haciendo. En Bangladesh, Georgia y la India, los teléfonos de asistencia gratuita ofrecen atención y ayuda vital para los niños. El servicio Childline de la India recibió más de 92.000 llamadas pidiendo protección contra el abuso y la violencia en los primeros 11 días del confinamiento por la COVID-19, lo cual supuso un aumento del 50%.
En Kazajstán, donde se registra una de las mayores tasas de suicidio entre adolescentes del mundo, UNICEF creó una plataforma en abril de 2020 que ofrecía servicios de orientación individual en línea a los adolescentes, así como formación y educación para especialistas en salud mental como consecuencia de la ansiedad, el estrés y la incertidumbre que desencadenó la COVID-19. Más de 5.000 especialistas en salud mental y psicólogos de escuelas recibieron formación en tan solo tres meses. Otros programas del país promueven actividades que fomentan las relaciones sociales de los adolescentes a través de grupos de apoyo entre pares y conversaciones con los padres, a fin de acabar con la estigmatización de la salud mental y proporcionar comprensión y atención, aumentando, al mismo tiempo, las terapias y la ayuda.
Del mismo modo, distintas organizaciones del mundo están trabajando con los jóvenes para normalizar el acto de pedir ayuda relacionada con la salud mental a través de campañas e intervenciones de eficacia demostrada. Por ejemplo, a través de la iniciativa Time to Change, en el Reino Unido se está acabando con la discriminación de la salud mental gracias a la colaboración de los profesores, los administradores de las escuelas y los estudiantes en la tarea de entablar conversaciones, abordar el estigma y ayudar a los jóvenes.
Sin embargo, debemos esforzarnos más: los países deben destinar a este asunto las inversiones que merece, ampliar sustancialmente las ayudas y los servicios de salud mental dirigidos a los jóvenes en las comunidades y en las escuelas y servirse de los programas de crianza con el fin de garantizar que los niños de las familias vulnerables obtengan la asistencia y la protección que necesitan en su hogar.

“Debemos dejar de pensar que somos indefensos y darnos cuenta de que somos infinitamente poderosos”.
La COVID-19 no discrimina, pero nuestras sociedades sí
La pandemia del coronavirus ha afectado a todos los habitantes del planeta, pero no nos está afectando a todos por igual. En un gran número de países, el origen étnico, el color de piel o el nivel de riqueza pueden determinar las probabilidades de sufrir las consecuencias. Por ejemplo, los afroamericanos representan el 13% de la población de los Estados Unidos y, sin embargo, entre los miembros de este grupo se han producido aproximadamente una cuarta parte de las muertes por COVID-19. Además, sus probabilidades de morir por la COVID-19 es cuatro veces mayor que entre la población blanca.
En todo el mundo, las personas que han estado trabajando en primera línea, los trabajadores esenciales, los que pertenecen a minorías étnicas y las personas pobres y desfavorecidas ya sufren un peligro desproporcionado. Ellos tienen más probabilidades de contraer la enfermedad porque están más expuestos y tienen menos probabilidades de acceder a los cuidados y al tratamiento. Esto nos pone a todos en peligro. Seas rico o pobre, si tu vecino se enferma, tú también puedes enfermarte. Esta crisis no habrá terminado para nadie hasta que no encontremos una solución para todos.
Además, la pobreza está aumentando peligrosamente. Se estima que, en todo el mundo, el número de niños que viven en hogares con condiciones de pobreza monetaria se incrementó en 142 millones en 2020.
No obstante, los efectos de la pobreza no afectan solo a la salud. Los niños más pobres, además de tener menos medios para protegerse del virus, también son los que menos probabilidades tienen de acceder a la educación a distancia y a los servicios e instalaciones para lavarse las manos. Los riesgos son aún mayores para los niños que viven en crisis humanitarias.
Los niños no solo tienen el doble de probabilidades de vivir en la pobreza cuando llegan a la edad adulta, sino que además son más susceptibles de sufrir consecuencias irrevocables de por vida. Es muy improbable que los niños tengan una segunda oportunidad de recibir la nutrición temprana que tanto necesitan, una educación de calidad o una atención a la salud decente que les permitan sobrevivir, prosperar y desarrollarse. Si no se toman medidas, los niños sufrirán las consecuencias durante el resto de su vida.
Qué se debe hacer:
Tal y como afirma con elocuencia Clover, los niños y los jóvenes no son indefensos. Debemos asegurarnos de que cada niño tiene la oportunidad de contribuir a la sociedad y de que ningún niño se queda atrás, independientemente de su género, su raza, su origen étnico o su religión. Necesitamos renovar el compromiso para acabar con la desigualdad y la discriminación. Como dijo este año el Secretario General Guterres, no solo necesitamos una nueva generación de políticas de protección social: también tenemos que abordar la discriminación arraigada por razón de género, raza u origen étnico a través de programas y políticas específicos.
Muchos niños no pueden acceder a los servicios básicos que otros damos por supuestos. Por ejemplo, el agua limpia y el jabón son pilares básicos para prevenir la transmisión de la COVID-19 y otras enfermedades. Algunas innovaciones como las estaciones de lavado de manos portátiles, que funcionan con un pedal para evitar el contacto de las manos con otras superficies, se han instalado en mercados, centros de salud y escuelas de Ecuador y otros países con el fin de proteger a los niños de los virus y las bacterias.
Los programas de protección social como las transferencias de efectivo pueden ser un instrumento fundamental que no solo ayuda a las familias a salir adelante a corto plazo, sino que además contribuye a combatir la desigualdad en un plano más amplio, ya que proporcionan ayudas para enviar a los niños a la escuela y a los centros de salud, comprar alimentos nutritivos y reducir el trabajo infantil. En la actualidad, UNICEF está trabajando con los gobiernos de 115 países para ampliar los programas de protección social durante las fases de respuesta y recuperación ante la COVID-19.
La experiencia de crisis anteriores nos ha demostrado que existen argumentos sólidos a favor de las inversiones destinadas a dar prioridad a los sectores sociales, incluso en tiempos de recesión económica. A medida que los gobiernos se esfuerzan por proteger a sus poblaciones de las secuelas de la COVID-19, también deben evitar los recortes en las inversiones en todos los servicios sociales y asegurarse de que utilizan sus recursos de manera eficiente con el fin de mantener la prestación de los servicios.

“Las cosas han cambiado mucho para nosotros desde que no podemos salir a reivindicar que se tomen medidas, pero eso no significa que se haya silenciado el movimiento climático... No podemos quedarnos callados. La crisis climática sigue ahí. No se ha ido; no ha cambiado”.
El cambio climático es la otra crisis mundial que no espera
La COVID-19 nos ha enseñado que los problemas mundiales requieren soluciones mundiales. Nadie sufre los cambios del clima más que un niño. Los niños son vulnerables a los cambios en el aire que respiran, el agua que beben y los alimentos que consumen. Sabemos que los niños son más vulnerables a la escasez de agua y comida, que puede poner en peligro sus vidas, así como a las enfermedades transmitidas por el agua que son producto del cambio climático. Si se mantiene el ritmo actual, en solo 20 años uno de cada cuatro niños del mundo vivirá en zonas donde se registre una escasez extrema de recursos hídricos. Como adultos, somos responsables de la salud del planeta que dejaremos a nuestros hijos.
Si no se toman medidas audaces en materia de cambio climático, las desigualdades no harán más que agravarse. Para 2050, se espera que los daños acumulados ocasionados por el cambio climático asciendan a 8 billones de dólares, lo cual acarreará un empobrecimiento del 3% del PIB del mundo en su conjunto, un porcentaje que será aún mayor para las regiones más pobres. A menos que actuemos ahora, más de 1.000 millones de personas tendrán que desplazarse durante los próximos 30 años a medida que la crisis climática, los desastres naturales y el conflicto armado ocasionen un aumento de las migraciones, con graves repercusiones sobre el mundo en desarrollo y el desarrollado.
Qué se debe hacer:
Debemos vincular la respuesta a la COVID-19 y los procesos de recuperación a distintas acciones enérgicas y urgentes que aborden el cambio climático y protejan nuestro entorno.
Necesitamos programas de estímulos gubernamentales que den prioridad a las estrategias encaminadas a reducir las emisiones de carbono, así como un enfoque mundial coordinado que vaya acompañado de una actuación local. Ya conocemos algunas soluciones: hacer que los servicios de agua, saneamiento e higiene sean resistentes al clima y a los desastres; fomentar una mayor resiliencia de la enseñanza mediante la construcción de escuelas verdes y seguras; crear servicios de salud sensibles al clima y los desastres; reducir la contaminación del aire, el suelo y el agua; atraer la participación de los jóvenes como agentes del cambio y la de nuestros asociados en los temas del medioambiente y el cambio climático; lograr que la protección social tenga en cuenta la cuestión climática para asistir a las personas afectadas por desastres ocasionados por el clima; y crear sistemas y hábitos de alimentación sostenible que tengan en cuenta el clima y los desastres. Si no incrementamos las inversiones en este tipo de soluciones, será mucho más difícil recuperarnos de la COVID-19.
Muchas de estas soluciones tienen repercusiones múltiples, ya que benefician a la salud y la economía a la par que generan resiliencia ante futuros desastres.
En un mundo donde 17 países consumen más del 80% de su suministro de agua disponible cada año, debemos reimaginar un futuro en el que el abastecimiento de agua esté garantizado para los niños. Mejorar la coordinación y la colaboración sobre la base de los recursos hídricos compartidos puede ser un factor que impulse la paz y una oportunidad de construir ciudades más sostenibles, medios para ganarse la vida y un medioambiente limpio y seguro para los niños.
Al mismo tiempo, si se proporciona agua limpia e instalaciones de saneamiento al 40% de la población mundial que carece de acceso a estos recursos se podrá evitar la propagación de enfermedades infecciosas como la COVID-19, y, en consecuencia, se generará un beneficio de cuatro dólares por cada dólar invertido. En pleno siglo XXI, no hay nada que nos impida conseguir que en cada hogar, cada escuela, cada hospital y cada clínica de salud haya agua limpia y jabón.
En todo momento, podemos seguir el ejemplo de jóvenes como Vanesa que, además de reivindicar cambios, ponen de su parte para conseguirlo. Por ejemplo, el ganador del Reto de Innovación en materia de COVID-19 de UNICEF, procedente de Nigeria, elaboró una solución para que las comunidades que disponían de agua insalubre e inadecuada utilizaran paneles solares para desarrollar sistemas sostenibles de suministro de agua.
Este tipo de soluciones no solo son útiles a corto plazo, ya que abordan los efectos económicos y sociales de la COVID-19, sino que además crean resiliencia y reducen las emisiones a largo plazo.
Y para terminar…
En una carta pública que escribí en 2019, expuse mis preocupaciones y mis esperanzas sobre el futuro de los niños y los jóvenes. En ese momento no podía imaginar que solo un año después, una pandemia demostraría de forma dramática que esas preocupaciones estaban bien fundadas.
La mala noticia es que, a medida que la crisis continúa y la recesión económica se agudiza, aún tenemos por delante un futuro complicado. La tormenta económica está diezmando los presupuestos de los gobiernos y anulando décadas de desarrollo y progreso. Si no actuamos rápida y decididamente, sufriremos las consecuencias durante décadas.
Sin embargo, también hay buenas noticias: podemos revertir la tendencia actual aprovechando la oportunidad que nos brinda este momento para reconstruir y reimaginar los sistemas que están a disposición de los niños y los jóvenes.
Por tanto, este es un llamamiento a la acción dirigido a los niños, los jóvenes y las personas que lideran las distintas esferas de nuestra sociedad: los políticos del ámbito mundial; los líderes religiosos; los encargados de formular políticas en los gobiernos; los atletas más destacados; los propietarios de los medios de comunicación; los promotores de los derechos y cada uno de nosotros.
La comunidad internacional debe apoyar una recuperación inclusiva en la que primen las inversiones para los niños y en los derechos de los niños. En una variedad de asuntos, desde la seguridad y la privacidad de internet hasta el aprendizaje digital y el abastecimiento de agua limpia, el sector privado debe tomar medidas más amplias para llegar y proteger a los niños a través de las innovaciones. Asimismo, los ciudadanos deben seguir exigiéndoles a quienes están en el poder que rindan cuentas y hagan frente a la discriminación y la desigualdad.
En el año en que UNICEF celebra su 75 aniversario reimaginando el futuro de cada niño, permanezcamos unidos para apoyar a los niños y a los jóvenes con un ánimo renovado de urgencia, al tiempo que creamos oportunidades, hacemos realidad sus sueños y los ayudamos en cada etapa de sus vidas.
La COVID-19 no será la última crisis a la que se enfrente la humanidad. Por eso, trabajemos juntos como aliados y como amigos con el fin de salir de esta pandemia más fuertes que nunca.

Henrietta Fore
Directora Ejecutiva de UNICEF