La niña de los ojos que hablan
Un proyecto del Ministerio de Educación, con el apoyo de UNICEF Cuba, promueve entre estudiantes y docentes el conocimiento del entorno y de los multirriesgos de desastres en Guamá
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Ana Lía Madrid Fonseca tiene el don de la comunicación. Las palabras le nacen cristalinas, como de un manantial. Y sus negrísimos ojos hablan. Ha crecido entre la caricia de la brisa que llega ligera desde la costa y el verdor de la serranía, en un sitio donde las riquezas naturales despiertan la admiración de quienes transitan por los terrenos de La Mula de Ocujal del Turquino, camino a la elevación más alta de Cuba.
No es extraño que, a sus nueve años, Ana Lía sea una apasionada de la ecología y del estudio de los multirriesgos de desastres a los que las personas están expuestas a causa, entre otras, de los efectos negativos del cambio climático. Tampoco es casual: en la escuela primaria Camilo Cienfuegos, del municipio santiaguero de Guamá, donde estudia, un proyecto del Ministerio de Educación, con el apoyo de UNICEF Cuba y la contribución de la Agencia Europea de Ayuda Humanitaria (ECHO), prepara a estudiantes y docentes para una gestión inclusiva de la reducción de los multirriesgos de desastres y la resiliencia ante el cambio climático.
Para llegar a La Mula de Ocujal del Turquino desde la ciudad de Santiago de Cuba, hay que salvar los más de 120 kilómetros que separan a esa comunidad de la Ciudad Héroe. No parece tanto, si se piensa rápido; pero asombran los largos tramos de la carretera que se enrosca alrededor de las montañas, mientras el azul del inmenso mar le hace guiños al viajero, encantado de tanto horizonte en paz. Visto así, es una imagen hermosa y disfrutable, de los tránsitos más bellos de Cuba. Más asombra, aquellas partes del camino donde se divisan los pedruscos que caen de la montaña, sobre todo en época de lluvia.
El sol y el calor castigan sin misericordia la mayoría del año, no solo a los pocos que se atreven a emprender la marcha a pie, de un poblado a otro cercano, sino también a quien sigue la ruta en algún medio de transporte.
Los efectos negativos del cambio climático saltan a la vista, pues debajo de los puentes, los ríos se pierden por pedazos durante varios meses del año, como si se los hubiese tragado la tierra. Solo quedan las piedras del fondo como prueba de que allí, a veces, corre un afluente.
Pasa tanto tiempo mostrando la base reseca, que los pobladores han hecho trillos por donde debería estar el río. Otras veces, en época de lluvia, algunos de esos tímidos caudales crecen y se abrazan con el mar, y pueden arrasar con todo lo que encuentren. Guamá es así, una zona de grandes contrastes.
“Aquí todo es intenso: la sequía y las lluvias. No escapamos de nada. Sequía, lluvias, incendios forestales, penetraciones del mar…”, dice Antonio Zapata Danger, director de Educación de la zona 9 Ocujal del Turquino.
Zapata, como todos le conocen en La Mula, sabe al detalle las características del lugar. Lleva más de cuarenta años trabajando en el sector de la Educación, y hoy atiende varias escuelas multigrados en esa geografía del municipio de Guamá, entre ellas la Camilo Cienfuegos.
Ataviado con un amplio sombrero de yarey y camisa de mangas largas a cuadros que lo protegen del sol, Zapata camina varios kilómetros diarios para visitar los centros educativos y se ocupa de velar no solo el cumplimiento del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino también de todo lo que enriquece la vida de los educandos, como la entusiasta Ana Lía.
En la escuela multigrado Camilo Cienfuegos, por ejemplo, se conjuga la materia de Lengua Española con el estudio de los multirriesgos de desastres. El personal docente trabaja con palabras como cambio climático, mitigación y adaptación, y les piden a los alumnos que las dividan en sílabas y redacten oraciones y textos con ellas.
“Lo primero que hizo la escuela fue discutir el proyecto, con ayuda de los agentes educativos de la zona —precisa Zapata—. Luego lo debatimos con los estudiantes y posteriormente con las familias. Desde esta institución, también hemos llevado la información del proyecto a otros centros, como las escuelas Ramón López y la Josué País. Aquí hacemos preparaciones sobre qué hacer en caso de sequía intensa, huracanes, inundaciones y terremotos”.
Cuenta Zapata que, en las escuelas de la zona 9 Ocujal del Turquino, se conformaron mapas de multirriesgos y los segundos martes de cada mes se brinda preparación a docentes. También elaboran medios de enseñanza y realizan las escuelas-talleres para la capacitación a integrantes de diferentes comunidades.
Con el apoyo del proyecto, alrededor de 4,315 niños, niñas y adolescentes, de ellos 175 con alguna discapacidad, adquieren habilidades y participan en acciones para la reducción de los multirriesgos de desastres y el empoderamiento adolescente ante los efectos negativos del cambio climático.
Ana Lía es prueba de todo el empeño de Zapata y sus maestros. Sus dos trenzas larguísimas se inclinan con ella sobre un gran mapa extendido en una mesa del aula. La niña va señalando cada uno de los sitios donde hay que extremar las medidas a causa los principales multirriesgos de la zona.
“El campismo popular La Mula es el más vulnerable porque puede tener deslizamiento de tierra, derrumbes, penetración del mar y del río, cuando hay intensas lluvias. Si eso sucede, la inundación llega hasta el campismo” —dice Ana Lía, mientras indica en el mapa dónde se encuentra uno de los balnearios más populares de Santiago de Cuba, no solo por las bellezas naturales que lo rodean, sino por ser un lugar de descanso para quienes andan por la ruta del Pico Turquino.
La pionera explica que existen otros lugares vulnerables como la bodega del pueblo y el consultorio médico de la comunidad. Sus compañeros la escuchan en silencio.
“Hay personas que tiran cigarrillos encendidos a los bosques, y con esta sequía es muy probable que se encienda —advierte ella y su rostro muestra lo consciente que está de lo que expresa—. Han sucedido incendios forestales en muchos lugares y se han visto afectadas también las comunidades”.
Pero no solo Ana Lía aprende sobre estos temas. Cuando un maestro pregunta qué precauciones se deben tomar, varios alumnos de pañoleta roja, igual que su compañera, se animan a decir que, ante fuertes lluvias e inundaciones, “lo mejor es tener cuidado y no salir de la casa”.
Ana Lía mira y sonríe. Cuando el mismo maestro insiste en qué harían si ocurriese un sismo, la pequeña de las trenzas largas no titubea:
“Los pioneros debemos estar preparados porque no se sabe cuándo va a suceder —le interrumpe ella. El profesor asiente, como dándole permiso para continuar—. Si hay un sismo fuerte, viene la réplica. Para que no nos caiga el techo arriba, tenemos que estar en lugares libres, donde no haya una piedra o árboles que nos puedan aplastar. Si estamos en el aula, debemos protegernos la cabeza, porque es uno de los lugares más frágiles del ser humano”.
La exposición ha terminado. Estos niños y niñas de la serranía dominan lo que es preciso saber desde el punto de vista teórico, pero algo falta aún. De pronto, la voz de una maestra rompe el silencio:
“¡Sismo, sismo, sismo!”, vocea con insistencia.
Ante la alerta, se levantan de sus puestos con rapidez y orden. La docente vuelve a entonar la voz de alarma, pero ya se han protegido debajo de las mesas, con las manos muy juntas sobre la cabeza.
Un minuto después, están todos sentados nuevamente en sus puestos. Ha sido uno de los tantos ejercicios prácticos o simulacros que organiza la escuela para prepararlos. Ahora se escucha otro sonido, que proviene del exterior, posiblemente desde el patio de la escuela. Esta es una buena señal: recién comienza la hora del receso escolar y Ana Lía y sus amigos corren a aprovecharlo.