Después de años de conflicto en Faluya, reabren las escuelas y se recupera la esperanza

Gracias a una contribución de Japón, UNICEF está rehabilitando numerosas escuelas de la ciudad, incluidas las cinco que presentamos en esta historia

Por Sharon Behn Nogueira
UNICEF/UN043630/Khuzaie
27 Diciembre 2016

FALUYA, Iraq, 27 de diciembre de 2016 – Los muros de Faluya tienen cicatrices en forma de agujeros de bala. Hace seis meses, 85.000 personas huyeron de la ciudad mientras las bombas caían en sus casas en mitad de una guerra del autoproclamado Estado Islámico/Daesh para retomar la ciudad. Otros muchos ya habían escapado antes.

Hoy, los jóvenes estudiantes se abren camino entre los escombros de esa batalla para llegar a la escuela. Muchas de las casas y las escuelas están dañadas. El suelo de la entrada de una de ellas está cubierto de cristal y tiza azul aplastada.

Sin embargo, la gente está regresando, los pequeños negocios vuelven a abrir, se están retirando los bloques de cemento que hay en las calles y rellenando los agujeros de las bombas, y las escuelas están recibiendo tiza nueva.

UNICEF/UN043616/Khuzaie

Hamed, de 13 años, sentado en una escuela de Faluya. Perdió una pierna en agosto de 2015, en un ataque con morteros en el que perdieron la vida su padre y su primo. Él regresó a Faluya el pasado mes de septiembre y ha reanudado las clases en la escuela.

Es invierno en Faluya y no hay calefacción en las clases. En una escuela, los niños siguen la lección sentados en sus pupitres de madera y llevan puestos gorros, guantes y abrigos.

Se trata de un comienzo modesto, pero para niños como Hamed, que perdió a su padre y su propia pierna en un ataque con morteros en agosto de 2015, es el comienzo de la vuelta a la normalidad tras años de conflicto. Mientras habla de su deseo de llegar a ser profesor de arte, se escucha una explosión cercana. Son equipos de desminadores que siguen limpiando la ciudad de las bombas que quedaron.

Durante una visita a cinco escuelas de la ciudad, se produjeron cuatro detonaciones controladas que sirvieron de recordatorio del conflicto que obligó a huir a estos niños y niñas.

Pero ahora están volviendo; regresan de las ciudades de alrededor de Iraq y de la región de Kurdistán donde se refugiaron.

“La mitad de mis amigos y vecinos han regresado”, dice Mohamed, de ocho años, que lleva un abrigo marrón con una capucha que le cubre la cabeza.

Las clases están abarrotadas de niños, a pesar de no contar aún con libros de texto, lápices de colores ni cuadernos y no tener nada colgado en las paredes. Cerca de allí se ha reconstruido otra escuela con solo 4.000 dólares, lo que ha permitido que 500 niños más regresen a las clases.

UNICEF/UN043610/Khuzaie

Tres niñas sentadas en su pupitre en el interior de una caravana que sirve de clase temporal en Salsabil, la escuela primaria para niñas de Faluya. En el peor momento del conflicto, una intensa bomba sacudió una de las mayores escuelas secundarias de la ciudad, llevándose por delante gran parte de ella.

La profesora Sahera Abass explica que cada semana llegan familias nuevas. Ella se marchó en enero de 2015, cuando el autodenominado Estado Islámico/Daesh irrumpió en la ciudad, y regresó hace un mes.

“He vuelto porque esta es mi escuela, este es mi trabajo y este es mi hogar. Quería regresar”, afirma.

“Los estudiantes están preocupados por su futuro”, asegura Abass. “Les asustan las bombas y la posibilidad de tener que irse de nuevo, tienen miedo de que vuelva la guerra”.

La escuela es un alivio para ellos, añade. “Las familias tienen poco; todas las casas están dañadas y no tienen electricidad ni agua”.

Una intensa bomba sacudió una de las mayores escuelas secundarias de la ciudad, llevándose por delante gran parte de ella. Por suerte, en ese momento estaba vacía.

Ahora está llena de niñas adolescentes vestidas con uniformes: entre ellas, Noor. Ella huyó de Faluya con su familia y ha vivido en tres ciudades distintas en los últimos dos años, antes de regresar a casa.

“Me gustaría terminar mi educación porque sueño con ser médico o dentista y trabajar en Bagdad”, sostiene. “Si no hay escuelas, no puede haber sueños para el futuro”.