Siete años de sufrimiento: la experiencia de un niño de la calle en Burundi

Viendo cosas que ningún niño debería ver, durmiendo en cajas y pidiendo dinero a extraños para comprar comida.

Por Nicholas Ledner
UNICEF Burundi/2016/Haro
29 Junio 2016

Para Aimable y su hermano pequeño, Timothée, cada uno de los días de los últimos siete años fue una lucha por la supervivencia. Los dos niños estuvieron viviendo en las calles de Bujumbura, capital de Burumbi, donde dormían en cajas y pedían dinero a desconocidos para poder comprar comida. Ahora, gracias al centro de Fútbol por la Esperanza de Kabondo, establecido con la ayuda de UNICEF, por fin han logrado reunirse con su familia y regresar a la escuela primaria.

 
BUJUMBURA, Burundi, 29 de junio de 2016
– Una tarde, Aimable estaba durmiendo a un lado de la carretera. Un coche se detuvo junto a él y el conductor le preguntó qué hacía ahí. Él le explicó que no tenía hogar y que pasaba los días deambulando por la zona pidiendo dinero. El conductor se marchó, pero regresó unos minutos más tarde con leche y pan. Este es uno de los recuerdos más felices que tiene Aimable de los casi siete años que pasó durmiendo en la calle. No tiene muchos más recuerdos buenos de esa época.

Al menos, su hermano Timothée estaba con él. Aimable hizo todo lo posible por protegerlo, pero no había seguridad para dos niños que vivían en las calles de Bujumbura. Tenían que valerse por sí mismos y Aimable se sentía responsable de su hermano pequeño. “Una vez, traté de defender a mi hermano de otros niños callejeros, pero me llevé una paliza”, contó. Otras veces tenía más suerte, y los sobornaba con 100 francos de Burundi para que los dejaran en paz a los dos. Durante siete años, permaneció al lado de su hermano. Dormían en el suelo y usaban cajas en lugar de colchones. Odiaba las noches en las que su hermano se perdía caminando y él no podía protegerlo. Después de todo, Aimable no era solamente un hermano para Timothée: era también su guardián.
  

Vieron cosas que ningún niño debería ver

Aimable y su hermano se fueron de su casa simplemente porque su padre se quedó sin trabajo y su familia no tenía dinero para alimentar a los dos hijos mayores. Sin embargo, los niños no parecen culpar a su padre. Lo comprenden. En la calle, Aimable pedía dinero y compraba algo de comer para que él y su hermano pudieran seguir viviendo.

  

UNICEF Burundi/2016/Haro

Aimable en clase, en su escuela de educación primaria. Es un alumno nuevo y está poniéndose al día en la educación que se perdió mientras vivía en la calle.

Durante un día muy productivo, Aimable ganó 10.000 francos de Burundi pidiendo, es decir, el equivalente a unos cinco dólares. Esa cantidad es como un dinero caído del cielo en Burundi, un país frágil, afectado por una crisis y con una pobreza muy extendida. Se calcula que en las tres ciudades principales de Burundi había en 2009 un total de 3.250 niños viviendo en la calle, buscando comida y dinero para sobrevivir. En la actualidad, esa cifra es potencialmente mayor debido a la crisis sociopolítica que estalló en 2015.

Estos niños no solo están apartados de sus hogares y alejados de la escuela, sino que también están expuestos a la explotación, el abuso, los problemas de salud y la malnutrición.

Para contrarrestar todos esos peligros, Aimable tenía un grupo de amigos en la calle. Lo compartían todo. Eran como de su familia. Juntaban todo el dinero que recogían: si uno de ellos conseguía menos que los demás, distribuían las ganancias equitativamente. No dejaban de lado a nadie.

Aimable soñaba con ahorrar lo suficiente para comprar una casa a su familia en la que pudieran vivir todos juntos. En una ocasión, soñó que tenía 20.000 francos y que iba a su casa para dárselos a su madre, a quien indicaba que debía usarlos para dar de comer al resto de la familia. A continuación, el niño regresaba a la calle, a donde creía pertenecer.

Aimable vivió experiencias trágicas durante sus años en la calle. No hace mucho, se despertó una mañana escuchando que alguien decía que había tres cadáveres cerca de allí. Él se encontraba a una distancia cercana a los cuerpos, así que se aproximó y descubrió el cuerpo de un hombre muerto. Es una imagen que Aimable no puede borrar de su memoria, pero habla de aquello como si nada.
  

La alegría de regresar a casa

Después de siete años, Aimable y su hermano han vuelto a casa con su familia y, por primera vez, tendrán la oportunidad de ir a la escuela. Esto se lo deben al centro de Fútbol para la Esperanza de Kabondo, dedicado a los niños que viven en las calles de Bujumbura, establecido con la ayuda de UNICEF y dirigido por la ONG aliada Giriyuja. En el centro, los niños pueden ducharse, lavarse la ropa y tomar comidas calientes facilitadas por el Programa Mundial de Alimentos. También hay servicios de atención médica y asistencia legal disponibles para quienes los necesitan, además de un psicólogo con el que los niños pueden hablar en privado acerca de sus sentimientos y su experiencia.

 

UNICEF Burundi/2016/Haro

Aimable y su familia. Tras siete años viviendo con su hermano en la calle, el centro de Fútbol para la Esperanza de Kabondo lo ayudó a regresar a casa.

Sin embargo, el centro fue diseñado para actuar como un espacio de transición con la finalidad última de reunir a los niños con sus familias.

“El objetivo de UNICEF es ver que cada niño crece en un entorno familiar”, explica Aissa Sow, Jefa de Protección Infantil para UNICEF Burundi. “En algunos casos, y según el resultado de la búsqueda de familias, ese entorno puede estar formado por una familia amplia o por miembros responsables de la comunidad. Todos los niños merecen protección y atención de calidad en un ambiente familiar”.

Aimable es ahora un estudiante de la escuela primaria, pero es evidente que le queda un largo camino por recorrer. Le gustan las matemáticas y asegura que se le dan muy bien. Solo necesitaba la oportunidad de ir a la escuela para demostrar su talento. Su objetivo a largo plazo es obtener un diploma y ganar dinero para ayudar a otros niños que todavía viven en la calle. Le gustaría ayudarlos a ingresar en la escuela y poder estar con sus familias.

El padre de Aimable está contento de ver que su hijo ha regresado a la escuela, y reflexiona acerca del tiempo que la familia ha estado separada. “No podía ocuparme de mis hijos en ese momento, no tenía trabajo. Tenía miedo porque no estaban protegidos”, afirma. Está agradecido por todo lo que el programa de UNICEF ha hecho para reunir a la familia y ayudar a Aimable y a Timothée. Piensa que, conforme se vaya haciendo mayor, Aimable asumirá responsabilidades mayores, y espera que otros niños obtengan la ayuda que obtuvieron ellos. Su familia vuelve a estar completa.

¿Cuál es el mensaje principal que Aimable quiere enviar a otros niños de la calle?

“Que regresen a casa y vayan a la escuela. Que dejen de deambular por la calle pidiendo dinero a la gente. Que vivan con sus padres y sus hermanos y sean una familia. El amor de una familia es lo más especial que hay en la vida”.