Desterrados del destierro
Yva Mindy era el nombre de la comunidad que habitaban, es decir, lugar donde abunda la fruta.

Antes de venir a la ciudad de Asunción, más o menos hace 6 años, Ana Portillo Vargas (12), junto a su mamá, papá y sus 6 hermanos y hermanas, aún persistían en esa osadía de ser ellos mismos en el monte. En su comunidad indígena Ava Guaraní, en la ciudad de Tacuatí del departamento de San Pedro, hubo una época en que la naturaleza les proveía de todo lo necesario para vivir.
Yva Mindy era el nombre de la comunidad que habitaban, es decir, lugar donde abunda la fruta. El monte es lo más tupido de la naturaleza y, según su cosmovisión, esa generosidad está al servicio de que los seres humanos puedan obtener su alimento o calmar su sed sin necesidad de depredar. “El monte es el supermercado de los indígenas”, comenta alguien usando como metáfora un emblema occidental.
“Después los ganaderos echaron todo el monte”, dijo Fidelino Portillo (39), papá de Ana, cerrando en esa afirmación el porqué de su obligada salida de aquel lugar donde antes abundaba la fruta. “Ya nada había allá. Ni escuela, había poco trabajo, poco alimento. Acá encontramos todo, no demasiado trabajo, pero sí un poco más. Cambió nuestra vida”, agregó Antonia Vargas (34), madre de Ana.

En Asunción: acogimiento y expulsión
Ya en Asunción esta familia encontró asilo en la comunidad indígena urbana Cerro Poty, en el barrio Jukyty del Bañado Sur, colindante con el vertedero de basura municipal conocido como Cateura. Cerro Poty existe desde hace más o menos 14 años y la componen indígenas Avá Guarani y Mby’a. Tienen su propia escuela y al menos las dos terceras partes de niños y niñas que reciben allí son no indígenas.
Este año más de 245.945 personas tuvieron que buscar resguardos por la crecida del río Paraguay y Paraná. Ana, su familia y toda la comunidad de Cerro Poty (alrededor de 39 familias) habitan, desde mediados de junio, un predio militar del Regimiento de Caballería 4 (RC4), en la zona de Zeballos Cué, en el que erigieron precarios refugios.

Discriminación
Al ingresar al predio se ve una diferencia notoria de dos grupos de damnificados. A la izquierda, un grupo, los indígenas, con refugios de materiales reciclados: maderitas sueltas, terciadas desmoldadas o teñidas de suciedad, hules negros, retazos de chapas… A la derecha, damnificados no indígenas, una seguidilla de refugios diferentes, como si fuera de un barrio aparte con chapas y maderas terciadas nuevas y en buen estado.
El estigma y el prejuicio siguen siendo grandes, los indígenas son considerados personas de baja categoría y eso debe cambiar, dijo David Sánchez, educador de Plan Paraguay, institución que levantó una carpa de recreación y acompañamiento escolar y refuerza el trabajo de las escuelas móviles que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), con el apoyo de Unicef, la Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia (SNNA) y la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), llevan adelante.
David señaló que este grupo está desprotegido de manera especial frente a los demás. La salud es un tema que preocupa. En todo el tiempo que están como refugiados en ese campamento, hasta finales de julio registraron que una sola vez se acercaron funcionarios del hospital para indígenas de Limpio. Los niños y niñas presentan cuadros de diarrea, vómito, fiebre que, como pueden, los educadores tratan de atender o derivan a algún centro de salud.
De vuelta a casa… por unas horas
Ana y su papá hicieron un recorrido en canoa para intentar divisar cuál de todos los techitos salientes en su comunidad de Cerro Poty correspondía al de su casa. En medio de un viento helado que arañaba el rostro y las manos embutidas en los bolsillos de la campera, se la veía a Ana regresar de la visita con una amplia sonrisa dentro de esa desvencijada canoa.
“Vi mi casa, la de mis amigos. Y nda vy’ai (no me alegré). Donde vivimos ahora no es una casa linda, ni piso hay. Extraño mi casa, la escuela, la cancha, el comedor”, expresó Ana.
Un desafío hoy, para los organismos del Estado y toda la sociedad, es diseñar mecanismos para no seguir alimentando situaciones de destierros sucesivos, porque el desarraigo no solo significa abandonar a la fuerza un lugar físico, es dejar de lado un teko (modo de ser) construido en comunidad.
En el Regimiento de Caballería 4, casi a cualquier hora en que el sol ilumina, hay grupos de niños y niñas que, usando la misma destreza para ensamblar sus pandorgas con palitos y bolsas de hule las hacen volar en ese descampado ideal para este juego. Son como sus sueños buscando asilo en alguna definitiva tierra sin mal.

La inundación desde una comunidad indígena
Testimonio de Ana Portillo, pobladora de la comunidad indígena Cerro Poty, de Lambaré, afectada por las inundaciones ocurridas en Paraguay en los meses de junio y julio de 2014, como consecuencia de las lluvias y la consecuente crecida de los ríos Paraguay y Paraná.