“Voy con Kelvin hacia donde Dios nos ponga”
Migrar sin nombre, sin identidad ni nacionalidad: en riesgo de apatridia

Miriam no tiene claro dónde en EEUU, exactamente, podría vivir. No conoce a nadie por allá. Pero tiene la certeza de que en ese país a su hijo Kelvin, que no habla y tiene autismo leve, le podrá dar una vida mejor que la que tenían cuando ella vendía caramelos en las calles de Colombia, donde nació su hijo.
Estando allá y con su CNV en mano, pero sin cédula original (sólo fotocopia), Miriam tampoco pudo inscribir a su hijo en la Registraduría Civil. Además, estando presente en esa oficina, le dijeron que el trámite debía realizarse solamente por internet. Nunca se atrevió a acercarse al consulado de su país, y aunque evaluó sacar su cédula en Venezuela, a través de amigos, allá “nos pedían mucho dinero, así que no fue posible”. Mientras tanto, Miriam debía enfrentar a sus arrendadores que la desalojaron de donde vivía porque su hermana tenía problemas de salud mental.
Ciertamente su situación no era la ideal para llevar adelante los trámites y su precaria situación económica y familiar, la obligó a moverse a otras ciudades sin posibilidad de hacer mucho más. Al poco tiempo optó por usar lo poco que tenía para viajar a Norteamérica.
Algunas organizaciones de ayuda a migrantes le ofrecieron asesoría legal para registrar al niño, pero eso significaba quedarse más tiempo “y el grupo con el que viajábamos a Norteamérica no podía esperarnos”, recuerda Miriam. Nunca se le ocurrió que el no tener el registro de su hijo le traería tantos problemas, “si no, hubiera buscado la forma de quedarme en Colombia tramitando sus papeles”, asegura.

