Un santuario quebrantado: los ataques a las escuelas de Myanmar

Los ataques contra escuelas y hospitales violan los derechos de los niños y las leyes internacionales

Por Andy Brown
UNICEF Myanmar/2016/Khine Zar Mon
22 Mayo 2017

ESTADO DE KACHIN, Myanmar, 22 de mayo de 2017 – Zau Seng, de 11 años, es un estudiante de la escuela secundaria Nam Ya, en el distrito Moe Nyin del estado de Kachin, Myanmar. A Zau Seng le gusta estudiar la lengua birmana y las matemáticas, y le encanta trabajar en el jardín del colegio y jugar al béisbol.

“Cuando sea mayor quiero dedicarme a la enseñanza. Aspiro a llegar a ser como mi maestra”, dice.

En agosto de 2016, la escuela Nam Ya School sufrió un ataque. Seng fue una de las víctimas.

“Estaba comiendo con mis amigos cuando se oyó una explosión”, dice. “Un trozo de metal me golpeó en la mejilla. Sabía que algo me había dado porque sentí el dolor y mis amigos me dijeron que estaba sangrando. Me quedé conmocionado, tuve miedo”.

El estado de Kachin se ha visto afectado por el conflicto desde 2011, tras un fallido cese del fuego de 17 años.

La violencia reciente ha provocado el desplazamiento de unos 100.000 civiles, la mitad de los cuales son niños y niñas. A pesar de las actuales negociaciones de paz, no se ha alcanzado un acuerdo definitivo y la lucha continua.

UNICEF Myanmar/2016

Mya, de pie en el exterior de la escuela secundaria Nam Ya donde ella y Seng resultaron heridos en un ataque.

La escuela Nam Ya se encuentra en una zona controlada por el gobierno, pero cerca del territorio donde luchan dos grupos armados rivales. Según los residentes locales, la escuela fue bombardeada durante los enfrentamientos de esos dos grupos armados.

Tras el ataque, llevaron a Seng a una clínica cercana donde le limpiaron y trataron la herida. Afortunadamente, la lesión fue relativamente menor, aunque no por ello menos traumática para un niño de 11 años. Una de las maestras no tuvo tanta suerte, sin embargo.
  

Ataques contra escuelas

Mya Yupar Nge, de 25 años, es profesora de birmano, inglés y geografía en la escuela de Seng. “Lo que más me gusta es enseñar canciones y poemas birmanos”, dice Mya. “Para los niños y niñas ése es el momento más feliz. Disfrutan cantando”.

El día del bombardeo Mya tuvo conciencia de los enfrentamientos alrededor del mediodía, cuando escuchó el sonido de los disparos que llegaba desde las colinas que rodean la escuela. “Inmediatamente avisamos a los niños para que entraran y se escondieran”, dice.

Se suspendieron las clases y los alumnos que vivían cerca se fueron a sus casas. Los maestros permanecieron en el complejo escolar para cuidar de las niñas y niños que se quedaron allí.

“Algunos volvieron al escuchar el tiroteo”, dice Mya. “Los padres venían a la escuela gritando el nombre de sus hijos”.

Pero cuando los profesores creían ya tener a todo el mundo a salvo, Mya vio fuera a una joven, corriendo entre las aulas. “Salí, la agarré y tiré de ella para que entrara a mi clase”, dice. “Fue entonces cuando cayó la granada. La puerta no estaba cerrada del todo y la metralla me alcanzó en el hombro”.

Mya, conmocionada, no sintió dolor al principio. “Tenía el brazo entumecido”, dice. “Traté de mover la mano y vi que la sangre salía a borbotones de mi hombro. Los niños lloraban muy angustiados. Yo tenía mucho miedo porque pensaba que iba a perder el brazo”.

De hecho, Mya tuvo suerte de sobrevivir. Aunque perdió mucha sangre, dos de los padres la llevaron a una clínica local próxima a la escuela y allí le controlaron la hemorragia y la transfirieron en ambulancia a un hospital de Myitkyina donde la operaron. Los médicos pudieron salvarle el brazo, pero todavía tiene metralla alojada en el hombro, lo que dificulta el movimiento de su mano derecha.

A pesar de esto, Mya está deseando volver a la escuela. “Lo haré al comienzo del próximo curso”, dice. “Estoy ansiosa por regresar. No me gusta dejar a mis alumnos durante tanto tiempo”.

UNICEF Myanmar/2016/Khine Zar Mon

Seng con su abuela y con Mya en el exterior de la oficina de UNICEF en Myitkyina.

Normas de intervención

Los ataques contra escuelas y hospitales violan tanto las leyes internacionales como los derechos de niños y niñas. Para mantenerles a salvo, es vital que los centros civiles, especialmente las escuelas y los hospitales, estén protegidos de los efectos de las guerras. En Myanmar, UNICEF hace seguimientos e informa sobre dichos ataques a escuelas y hospitales.

“Los niños tienen derecho a recibir educación y necesitan sentirse seguros”, dice Aaron Greenberg, jefe de protección de la infancia de UNICEF. “Hacemos un llamamiento a todas las fuerzas armadas y grupos de Myanmar para que tomen medidas que garanticen la protección de escuelas y hospitales durante los conflictos armados. Para ello deben capacitar a oficiales y soldados, así como pedir responsabilidades a quienes infrinjan las normas”.

Además de este tipo de ataques, a veces los grupos armadas de Kachin ocupan escuelas y hospitales y los utilizan como barracas para los soldados. Esto aumenta el riesgo de graves violaciones contra niñas y niños, incluido el abuso sexual, e interfiere en su educación y atención sanitaria.

“Las escuelas y los hospitales no son lugares para soldados”, dice Aaron. “Su presencia pone en riesgo al alumnado y a los profesores. Cuando los soldados ocupan dichos edificios, éstos se convierten en blanco de los ataques y el alumnado tiene más probabilidades de verse atrapado en medio del fuego cruzado”.

UNICEF Myanmar/2016/Khine Zar Mon

Seng señala en un mapa del estado de Kachin el lugar de su ciudad donde ocurrió el ataque.

Víctimas de la guerra

Además de los ataques a escuelas, las niñas y los niños del estado de Kachin mueren o quedan mutilados por las minas terrestres y los restos explosivos de las guerras. Tras décadas de conflictos armados, Myanmar cuenta con una de las tasas más elevadas del mundo de accidentes provocados por minas. Alrededor de la mitad de las víctimas son menores de edad que mueren o sufren una discapacidad a largo plazo.

“El grado de educación y concientización sobre el riesgo de las minas todavía es bajo en Myanmar,” dice Aaron. “Existen muchos mitos. Más del 40% de las personas creen que sacudir con un palo de metal o de madera es una forma segura de comprobar si hay minas. Como igualmente se considera un método seguro quemar los campos para limpiar de minas terrestres una zona. Pero lo cierto es que estas dos opciones son en realidad muy peligrosas”.

UNICEF pide a las escuelas, comunidades y centros de salud que eduquen sobre los riesgos de las minas terrestres. Según un estudio reciente, tres de cada cuatro niñas o niños no han recibido ningún tipo de información sobre minas. En la actualidad, el gobierno ha aprobado un kit de material educativo sobre sus riesgos y se está poniendo en marcha a nivel nacional.

Pero todavía queda mucho por hacer. Las niñas y los niños que han sobrevivido a las minas y sus familias necesitan ayudas a largo plazo, en las que se incluya asistencia médica, respaldo psicosocial, rehabilitación, educación y medios de subsistencia.

Desgraciadamente, el ejército y los grupos armados de ambas partes están recurriendo a las minas terrestres. “La necesidad es urgente y no puede esperar a un acuerdo de paz definitivo”, dice Aaron. “Myanmar debería unirse a los 163 países que ya han firmado el tratado de prohibición de minas”.

Para Seng y Mya, su escuela ya no es un refugio seguro en el que protegerse de la violencia y los conflictos, pero aún conservan la esperanza de un futuro mejor. “No pensé que esto fuera a suceder alguna vez, porque estábamos en una escuela rodeada de casas, pero estaba equivocada”, dice Mya. “Espero que el conflicto termine pronto para que la gente deje de tener miedo y las niñas y los niños puedan recibir una buena educación”.