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ESARO BURUNDI: REPORTAJE

© UNICEF Burundi/2008/Nijimbere

Francine Vyizigiro, 14 años, forma parte de los 13.000 niños y niñas repatriados de Tanzania, adonde su familia huyó en 1972 para escapar de la guerra civil de Burundi. Está aprendiendo dos nuevos idiomas para poder recibir enseñanza en su país de origen.

DE REGRESO A LA LENGUA MATERNA

Francine Vyizigiro tiene 14 años. Descubrió su tierra natal y su lengua materna por vez primera en un campamento de repatriados de Rumoge, en la provincia de Bururi. Esta niña es uno de los 13.000 menores de edad que han sido repatriados desde los "antiguos asentamientos" de la República Unida de Tanzanía, donde sus progenitores huyeron en 1972 tras la primera gran guerra civil que asoló Burundi.

Para estos niñas y niñas, el retorno a su tierra natal implica numerosas dificultades. Existen diferencias en el sistema educativo y en los planes de estudios; pero en este caso, además, a fin de poder ingresar en las escuelas de Burundi, los niños y niñas tienen que apresurarse a aprender Kirundi, el idioma nacional, y francés, el idioma oficial. 

Podía haber tomado una vía fácil y casarse como han hecho algunas de sus compañeras, pero Francine decidió ir a por todas. Expresó su gratitud al Gobierno de Burundi por instaurar la educación primaria gratuita, y también a los profesores que, según dijo, los trataban como si fueran sus propios hijos. "Ahora ya hablo kirundi y francés bastante bien, pero me gustaría que nos dieran un buen alojamiento y unas aulas acogedoras".

El 5 de septiembre de 2008, en las provincias de Bururi y Makamba, 875 niños y niñas, repatriados de la República Unida de Tanzanía y en edad de asistir a la escuela secundaria finalizaron un curso intensivo de siete semanas de duración de kirundi, francés y técnicas de vida, organizado por el Gobierno en colaboración con UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos. UNICEF se encargó de formar al personal docente y de suministrar material escolar, cubos y jabón, mientras que el Programa Mundial de Alimentos suministró los productos alimenticios.

La confianza de Francine en sí misma estaba justificada: de los 45 alumnos a quienes los profesores calificaron, ella fue la única que pasó del 6º al 7º curso de primaria. Así todo, las dificultades que tendrán que enfrentar tanto ella como los 13.000 alumnos que llegarán antes de finalizar el año son enormes.

Es necesario apresurarse a construir y amueblar escuelas nuevas, suministrar material didáctico, contratar y formar a profesores, y dotar los nuevos asentamientos de servicios de salud, agua, saneamiento e higiene. 

Francine y los otros niños y niñas necesitan apoyo para comenzar una nueva vida. Y también sus padres, que piden que se les asigne uno de los recursos más escasos de Burundi: una parcela de tierra cultivable que puedan considerar suya y que les permita alimentar a sus hijos e hijas.

Es preciso que todos los amigos de Burundi presten ayuda sin demora.