Informe de acción humanitaria 2007 – Página principal

Una nueva escuela ayuda a aumentar las esperanzas de un futuro pacífico en Nepal

Dipa tenía 11 años cuando una multitud se abalanzó sobre su pueblo el 20 de febrero de 2005. Prendieron fuego a más de 300 casas dejando el pueblo de Hallanagar sin comida ni refugio. “Exceptuando 12 casas, la totalidad del pueblo quedó reducido a cenizas,” cuenta Dipa.

“Perdimos todas nuestras pertenencias y no teníamos comida. Pasamos muchas noches a la intemperie. Los primeros días fueron muy malos. Dormía mal y las pesadillas me despertaban. La noche me daba miedo y recelaba de los desconocidos. Me escondía o huía de la vista del personal de seguridad,” recuerda, con los ojos llenos de lágrimas.

Su abuelo de 75 años, Chandra Bahadur Khadka, tras presenciar la matanza, escondió a Dipa y a sus dos primos detrás de un montón de maleza y corrió para salvar su vida.

“Estábamos escondidos cuando oímos voces y pasos acercándose. Vimos a un hombre acercándose con un afilada lanza que apuntaba hacia nosotros,” recuerda Dipa. “Estábamos muy asustados y temblábamos. Por un momento, pensamos que no viviríamos para ver otro día. Sin embargo, sus amigos le gritaron: ‘Son niños. Déjalos, no les hagas daño.’ Así que se dio la vuelta y se fue”, cuenta.

Los niños de Hallanagar, localizado en el cálido Terai, distrito de Kapilvastu, en la frontera con la India, no tienen ni idea de por qué a esta gente les llevó a arrasar el pueblo, aunque los adultos, muchos de los cuales son pobres, normalmente inmigrantes sin tierra procedentes de las montañas, que se trasladaron aquí hace años, sospechan que la intención era ahuyentarles de las tierras.

Pero lo que ahora quieren los habitantes del pueblo es una estabilidad y una paz duraderas. “Hemos reconstruido nuestros hogares y la vida está volviendo poco a poco a la normalidad. No queremos pasar de nuevo por este sufrimiento,” comenta el abuelo de Dipa. Om Bahadur Raskoti, de 18 años, que perdió a su padre, añade: “Yo me quedé huérfano, pero el ojo por ojo no es la solución. La venganza no engendra justicia. Por el contrario, todos debemos trabajar para lograr la reconciliación, para que otros no tengan que sufrir como lo hicimos nosotros.”

La educación también fue duramente afectada. “Los traumas mentales, físicos y psicológicos de los niños fueron de gran alcance y alteraron la asistencia escolar,” cuenta la profesora Pitambar Khanal, de la Escuela Primaria Bal Sikshya. Gracias a un proyecto apoyado por UNICEF, el pueblo pronto tendrá un nuevo edificio para la escuela.

UNICEF está trabajando con sus socios locales en Kapilvastu y en otros distritos afectados por el conflicto, para desarrollar mecanismos basados en la comunidad que permitan la reconciliación y promuevan el regreso de las familias desplazadas y los ex-combatientes.

“Los conflictos internos desgarran las comunidades. Una vez que se derrama sangre y se mata gente, es mucho, mucho más duro construir un futuro en el que los vecinos puedan de nuevo vivir en paz,” comenta el Dr. Suomi Sakai, Representante de UNICEF.

La experiencia en otros países demuestra que no es imposible. A menudo, la solución recae en las mujeres que, con sus hijos, suelen llevarse la peor parte en cualquier conflicto. “Aquí en Nepal,” cuenta el Dr. Sakai, “hay una maravillosa red de lo que denomina ‘comités paralegales’ compuesto por mujeres que se asocian para luchar contra amenazas tales como la violencia doméstica, los abusos sexuales, el tráfico de personas y el trabajo infantil. Puede que estas mujeres no tengan mucha educación pero, con el apoyo de UNICEF y otras organizaciones, saben cómo abogar en la comunidad para reducir dichas amenazas. Su trabajo se ha ampliado para ayudar a restituir la tierra y la propiedad a las mujeres acusadas de brujería y a las viudas y huérfanos de familias afectadas por el SIDA. Y ahora están ayudando en la reintegración de las familias desplazadas y los ex-combatientes. Es en el ámbito local donde deben ponerse los cimientos para construir la paz.”

En Hallangar, la construcción de la nueva escuela, en medio de la desolación, ha ayudado a inculcar un sentimiento de esperanza entre los ciudadanos. “Hay esperanza en la educación. Esta escuela se levanta como símbolo de un futuro mejor”. Dice Dipa. “Incluso como niños, creemos que es la luz de la educación la que permanecerá y motivará a la gente a dejar la violencia y a vivir en armonía. De este modo, no es imposible llegar a la paz y el orden. Después de todo, el distrito de Kapilvastu es el lugar de nacimiento de Buda.”

© UNICEF Nepal/2006

Dipa, que tenía 11 años cuando una multitud descendió a su aldea, espera la construcción de una nueva escuela.