
Nacer para servir: la historia de una brigadista que se entrega sin medir
Mayra Herrera, la pasión de salvar vidas en Nicaragua.
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Mayra Herrera nació para salvar vidas. Con casi 30 años como brigadista voluntaria de salud, enfrentó la pandemia armada de su vocación de servicio y una estrecha relación con su comunidad, abriendo las puertas que el miedo le cerraba al sistema de salud en los días más desafiantes.
Sus ojos no vacilan, miran profundamente sin parpadear. Ella habla bajo, muy serena, pero con una seguridad de acero. Mayra Herrera nació en la ciudad de Sébaco, departamento de Matagalpa, el 14 de febrero de 1965. Por aquel entonces, esta ciudad que actualmente alberga unos 38 mil habitantes y es un centro agrícola con grandes extensiones de cultivos de arroz y hortalizas, era más bien una pequeña aldea de agricultores, localizada en un cruce entre la carretera panamericana y la vía que lleva a la zona centro- norte de Nicaragua. Desde entonces, ella se sintió llamada a servir y decidió convertirse en la brigadista voluntaria de salud a quien hoy se le abren puertas de par en par por su trabajo durante la pandemia.
La vida le enseñó el arte de la comunicación, y cuando cumplió 29 años, ya casada con Juan Francisco Loáisiga, tomó conciencia de su vocación de servicio.
"Yo veía que había pocos médicos y pocas enfermeras, y que la gente a veces se enfermaba y no había quien les ayudara, entonces pensé que podía convertirme en una brigadista voluntaria de salud, para ayudar a mis vecinos", recuerda Mayra.
Su labor rutinaria es dar seguimiento a las mujeres embarazadas, llevar control de peso de los recién nacidos, y promover las jornadas de vacunación, así como apoyar al centro de salud de su comunidad a levantar censos para las estrategias de salud pública. "Para mí ser brigadista de salud significa tener amor y decisión de trabajar por la sociedad", enfatiza.
El día
Sus jornadas empiezan cada día a las cinco de la mañana. El sol aún no se asoma sobre las colinas que bordean Barrio Nuevo cuando Mayra ya ha tomado un baño, encendido el fogón a leña y preparado café para sus dos hijos, su esposo y su padre. Mileydis (24) es profesora de inglés, y Yalmar (19) mecánico automotriz. Su esposo Juan Francisco (59) trabaja a la noche como guardia de seguridad. Tras despedir a sus hijos, que se van temprano a trabajar, Mayra se encarga del cuidado de su padre, Francisco (90): lo baña, viste y da de comer, para luego dedicarse a limpiar la casa, lavar ropa y otras tareas del hogar.
Luego de ello, Mayra pone en su bolso las herramientas que usa como brigadista voluntaria de salud: una libreta a rayas, bolígrafo y varios cuadernillos que contienen información sobre hábitos de higiene y prevención de las enfermedades más comunes en su localidad. Se despide de don Francisco y camina cerca de medio kilómetro hasta el centro de salud en el vecino barrio de San Pedro.

En el camino la saludan los niños y niñas que ya retornan de la escuela, los taxistas, las vendedoras ambulantes, las vecinas y vecinos. Todo mundo sabe su nombre y ella responde de igual manera. En el centro de salud la recibe la directora, Maryuri Sevilla (37). "Mayra es más que parte del personal de salud. Su contribución ha sido indispensable, es nuestro principal canal de comunicación con la población", dice la médica Sevilla.
Su coraje: la pandemia
En lo más duro de la pandemia y a pesar de la realidad abrumadora, Mayra nunca vaciló en permanecer en la primera línea de batalla. Tenía temor y muchas dudas, como todos en el mundo, pero su voluntad de ser útil a su comunidad y su país, fueron los alicientes para seguir.
"Yo le dije a mi familia que era momento de mantenerme firme en mi trabajo como voluntaria, porque la vida de todos estaba en peligro”, narra la brigadista.
Todos en la familia de Mayra estuvieron alerta. "A mí me preocupaba que ella fuese a enfermarse, pero en el fondo siempre supe que es una mujer valiente y cuidadosa, entonces decidimos con mis hijos apoyarla y animarla", cuenta Juan Francisco. La pandemia duplicó las horas que Mayra dedicaba a su labor voluntaria. “Se levantaba siempre de madrugada y hacía todas las tareas del hogar, y luego pasaba hasta altas horas de la noche visitando a los vecinos. Llegaba exhausta cada noche", agrega su esposo. Eso fue así durante meses.
Cuando empezó la vacunación, en el primer trimestre de 2021, Mayra iba casa por casa para identificar a los pacientes más vulnerables para priorizarlos. La desinformación y el temor empujaba a muchas familias a evadir las vacunas. "Algunos me dijeron que primero me vacunara yo, para asegurarse de que no mataba. Cuando tuve mi tarjeta de vacunación volví a esas familias a demostrarles que podían confiar", recuerda la brigadista. Días después, hasta los más escépticos acudieron a los puestos de vacunación.
El 87 por ciento de la población de Nicaragua mayor de dos años ha recibido al menos una dosis hasta julio de 2022, fecha en la que se divulgaron los últimos registros del Ministerio de Salud. En Matagalpa, los datos oficiales indican que el 100 por ciento de los habilitados completó su esquema de vacunación con dos dosis.
UNICEF, mediante el mecanismo COVAX, contribuyó a canalizar la donación de más de 1 millón de vacunas pediátricas contra la COVID-19 donadas por el gobierno de Estados Unidos, y además aportó equipo para fortalecer la cadena de frío que asegura la llegada de las vacunas en perfectas condiciones a cada rincón de Nicaragua.
Los brigadistas de salud voluntarios son un eslabón fundamental del Modelo de Salud Familiar y Comunitario, un plan oficial de Nicaragua apoyado por UNICEF. María Delia Espinoza, médica especialista en supervivencia de desarrollo infantil temprano de UNICEF Nicaragua, reconoce que “el apoyo de los brigadistas voluntarios como Mayra fue clave para que Nicaragua pasara de ser uno de los últimos lugares en inmunización contra la COVID-19, ya que comenzó tardíamente a vacunar a ocupar el puesto número uno” en la región. Los voluntarios, dice Espinoza, "son el brazo derecho del personal de salud” a nivel rural y semiurbano, donde había un mayor rezago en la vacunación.
Solo en el departamento de Matagalpa hay unos 8.000 brigadistas, de acuerdo a los registros oficiales. En el municipio de Sébaco, Mayra es una de las 330 voluntarias. Durante los meses de mayores contagios, su aporte fue indispensable para la promoción de las medidas de prevención, en momentos en que el personal de salud no daba abasto y era visto como posible agente de contagio. "Mayra, que conoce a cada familia, fue nuestra punta de lanza. Ella llegaba con más confianza y persuadió a estas familias", remarca Sevilla.
Un ángel
Insistir fue la consigna de Mayra durante aquellos días de desconfianza e incertidumbre. Incluso a ella, la mayor parte de las familias le hablaban desde el otro lado de la puerta o la reja.
Un caso que la marcó para siempre fue el de Heriberto Martínez (60), actualmente jubilado. La diabetes e hipertensión arterial, le convirtieron en un paciente de alto riesgo cuando en junio de 2021 se contagió de COVID-19. En cuestión de días descendió hasta 64 por ciento su nivel de oxígeno en sangre.

“Me sentía morir. Cuando doña Mayra vino y reportó mi caso, la ambulancia llegó luego de un par de horas, y yo me desmayé justo al llegar al hospital”, recuerda con asombro Heriberto. “Ella fue como un ángel para mí, porque si no hubiese venido en ese momento y avisado al puesto de salud, posiblemente yo estaría muerto” dice, mientras sostiene la mano de Mayra, que un año después lo sigue visitando para saber de su estado de salud.
En 2023 Mayra cumple 30 años como brigadista voluntaria de salud. “Mi deseo es continuar sirviendo a mi comunidad hasta que Dios me de la fuerza para hacerlo”, afirma con una sonrisa.

La cobertura de salud en Sébaco
Sébaco cuenta con un centro de salud que atiende casos de mayor complejidad, 15 puestos de salud comunitarios como el de San Pedro, donde colabora Mayra, y 30 casas base, que operan como consultorios vecinales donde acude un médico o enfermera una o dos veces por semana, para brindar consultas rutinarias a los vecinos del sector. Estos centros de salud, atienden 23 sectores (barrios, comunidades rurales, aldeas) y son apoyados por 330 miembros de la red comunitaria, de la cual forma parte Mayra.
De acuerdo con el Ministerio de Salud, se dispone de cuatro médicos, cuatro enfermeras y seis auxiliares por cada 10 mil habitantes.