Una escuela que transformó a su comunidad

Niños y niñas de la escuela primaria Mirtha Aguirre constituyen agentes de cambio, pues transmiten sus conocimientos sobre multirriesgos de desastres a la población de la zona

Liudmila Peña Herrera
La mayoría de las escuelas de la zona son multigrado, con alumnos de varios grados en una misma aula, y no más de 3 salones
Mayra García Cardentey
12 Diciembre 2023

Lo más habitual de la comunidad El Manzano, aunque parezca contradictorio, no es encontrar ese tipo de frutas colgando de las ramas; ni siquiera saltan a la vista las tropicales. Demasiados meses continuos sin que caiga una gota de agua del cielo tiene consecuencias para la zona, sobre todo si son los meses de enero a abril.

El calor sofoca y el cansancio amenaza a quien ha debido hacer un tramo de casi tres kilómetros a pie, porque los carros no pueden atravesar el camino plagado de piedras o porque en realidad casi no pasa transporte alguno a no ser alguna que otra carreta tirada por bueyes. Lo más común de El Manzano es su relieve montañoso, con importantes elevaciones y algunos valles; y, sobre todo, la dificultad para moverse con agilidad de un lugar a otro.

“Debe ser terrible un mal tiempo aquí”, piensa uno de los visitantes, pero no lo dice por prudencia. El guía local parece adivinar los pensamientos porque advierte, sin que le pregunten, que en tiempos de lluvia llegar o salir es casi una misión imposible, ni siquiera los camiones de doble tracción consiguen atravesar el camino para las zonas más montañosas del Segundo Frente. Muchas veces, el cauce del río ocupa la carretera y es preciso esperar a que el nivel descienda para que la vida cotidiana se desarrolle con normalidad.

La comunidad El Manzano se encuentra a 13.2 kilómetros de Mayarí Arriba, poblado cabecera del municipio santiaguero de Segundo Frente. Una sola escuela allí puede llegar a cubrir las necesidades educativas de los estudiantes que viven hasta cinco kilómetros a la redonda. Eso explica que casi todas sean multigrado (con alumnos de varios grados en una misma aula). Casi ninguna tiene una matrícula superior a los doce estudiantes.

“Por toda esta zona hay escuelas donde solo entran camiones especiales”, dice el poblador que hace la función de guía, mientras el grupo avanza como puede, tropezando con las piedras o esquivando los baches del terraplén.

A lo lejos, en lo alto de una loma, se divisa la escuela primaria Mirtha Aguirre Carrera. Es una edificación modesta y pequeña, techada como casi todas las viviendas del poblado, con cubierta ligera de fibrocemento, que acoge a una veintena de estudiantes.

Juntos constituyen agentes de cambio para transformar acciones y crear conciencia sobre los multirriesgos de desastre
Mayra García Cardentey Juntos constituyen agentes de cambio para transformar acciones y crear conciencia sobre los multirriesgos de desastre

Esmeregildo Cortina Aguilar es el director zonal del territorio número 4, que atiende cinco instituciones educativas, y es, además, quien lidera los procesos docentes en la escuela Mirtha Aguirre. Para cumplir con la enorme responsabilidad que ello implica, salta de la cama cuando aún los gallos no comienzan a cantar y en el lomerío no asoma un rayo de sol. Generalmente, llega a la escuela alrededor de las siete de la mañana para recibir a las y los estudiantes. Todo ese trabajo encierra una gran dosis de amor por la enseñanza.

Eso explica por qué a Esmeregildo el rostro se le ilumina bajo la gorra que lo protege del sol, cuando habla sobre cómo sus estudiantes han aprovechado los conocimientos del proyecto de los multirriesgos de desastres.

Cuenta que lo primero que hicieron los profesores fue identificar los peligros que rodean a la comunidad. Luego lo transmitieron a los niños y niñas, junto a quienes trazaron acciones para mitigar los posibles daños.

“La escuela está situada en una pendiente que puede provocar deslizamientos de tierra —dice—. Por eso, hicimos barreras de plantas como maya y cardona, y sembramos árboles para evitar que la tierra se vaya perdiendo.

“Otro de los multirriesgos es el río, que fluye en el camino hacia la escuela. Hay niños que viven del otro lado. Cuando hay intensas lluvias, ellos no deben pasar para venir. Y, si nos cogiera la lluvia aquí en la escuela, la indicación es que un maestro, o yo mismo, los acompañemos hasta los límites del río para determinar si se puede cruzar sin peligro o no”.

El director conoce al dedillo la zona en general y, sobre todo, las vulnerabilidades de su escuela. Mira el techo de fibrocemento y admite que los fuertes vientos le pueden ocasionar daños importantes. Realmente es un peligro si ocurren rachas.

“Los niños saben que deben protegerse debajo de las mesas para evitar ser heridos por los pedazos de fibrocemento que pueden desprenderse —asegura—. Otro de los riesgos son los incendios forestales, que han hecho bastante daño por aquí. En eso nos ayudan los estudiantes, pues llevan el conocimiento sobre cómo evitarlos dentro de las casas y en la comunidad”.

En la zona, apunta el docente, era habitual la tala indiscriminada de los árboles. No existía conciencia de la importancia de cuidarlos para proteger el ecosistema. Por eso, se enfocaron en realizar talleres sobre el tema para educar a las familias y a la comunidad.

Madre e hijo reconocen la importancia del proyecto para aprender a protegerse de los multirriesgos
Mayra García Cardentey Madre e hijo reconocen la importancia del proyecto para aprender a protegerse de los multirriesgos

El horario del recreo es una fiesta al natural. Los estudiantes salen a la entrada, se sientan en el muro del portalito de la escuela y conversan de temas variados, desde los escolares, algún suceso ocurrido en sus barrios o el más inimaginable de los divertimentos. Después, cuando regresan al aula, comentan sobre lo aprendido en el proyecto proyecto del Ministerio de Educación, con el apoyo de UNICEF Cuba y la contribución de la Dirección General de Protección Civil y Operaciones de Ayuda Humanitaria (ECHO).

Luis Ángel Tejeda Felisola, uno de los estudiantes de la escuelita multigrado, ha superado su timidez participando en el proyecto. Durante las visitas a las casas de la comunidad, le ha correspondido exponer las medidas para evitar los incendios forestales. Eso le gusta porque se siente útil. También comenta lo que ha aprendido para protegerse a sí mismo:

“Si ocurre un sismo, debemos ponernos debajo de la mesa y con las manos en la cabeza para que no nos caiga un pedazo de techo. Y si hay intensas lluvias, hay que cruzar el río con un adulto, nunca solos. Eso, si acaso es seguro pasar; si no, hay que esperar a que baje”.

Su madre, Oleidis Felisola Jordán, lo escucha sin disimular el orgullo. Esta mujer agradece lo que la escuela ha hecho, no solo por su hijo, sino por su propia familia.

“He aprendido, a través del niño, cómo evitar los incendios —asegura—. Podemos hacer mucho desde el hogar en ese sentido, como no dejar el fogón de leña encendido por gusto. En caso de que alguien fume, no dejar la colilla de cigarro encendida y apagar los fósforos antes de botarlos. También he aprendido que debemos tener conciencia del ahorro del agua debido a la sequía”.

Los niños, niñas y adolescentes de la escuela multigrado Mirtha Aguirre serán, muy probablemente, los futuros adultos de la comunidad El Manzano. Por eso, vale doble el esfuerzo de esa institución educativa por despertar la conciencia ecológica y mostrarles los mejores caminos para enfrentar el cambio climático y protegerse de los multirriesgos de desastres.