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ESARO KENYA: REPORTAJE

© UNICEF/NYHQ2008-0493/Cranston

Una mujer, con su hijo pequeño a la espalda, pasa frente a un centro comercial destruido durante los actos de violencia postelectoral en la provincia del Valle del Rift. Más de 300.000 habitantes de Kenya, la mitad de ellos niños, huyeron de sus casas.

PARA MUCHOS NIÑOS Y NIÑAS, EL AULA ES UN SANTUARIO

Cuando la familia de Yvonne escapó de la violencia que castigaba a su aldea, la niña, de ocho años de edad, perdió su hogar, su amado collar de plástico, su uniforme escolar y el aula donde estudiaba. "No tenemos mucho", dice, "pero por lo menos teníamos la escuela".

La violencia que azotó a Kenya tras las disputadas elecciones presidenciales de diciembre de 2007 se desató cuando centenares de miles de niños y niñas como Yvonne estaban a punto de iniciar el año escolar. UNICEF trató de brindar seguridad y estabilidad a esos niños y niñas kenianos para quienes la educación tiene una importancia fundamental.

Para mediados de febrero de 2008, Yvonne había reanudado sus estudios en un aula provisional instalada en una tienda de campaña suministrada por UNICEF, que se encuentra en uno de los campamentos de desplazados del Valle del Rift, una región afectada por el conflicto armado. Yvonne se sentía enormemente feliz de volver a la escuela. "Tengo dos vestidos que mi madre salvó de nuestro hogar en llamas", dijo. "Éste es mi favorito. En realidad es mi vestido dominguero, el que uso para ir a la iglesia. Pero volver a la escuela es tan importante que mi madre me permitió ponérmelo hoy que regreso a clases".

Debido a la continuación de la crisis en Kenya, UNICEF hizo ese mismo mes de febrero un llamamiento por 6,6 millones de dólares para la prestación de servicios de emergencia. Una gran parte de esos fondos estaban destinados a brindar servicios de protección, educación y ayuda a más niños y niñas.

"Para muchos niños y niñas como Yvonne, el aula es un santuario", señaló  Olivia Yambi, Representante de UNICEF en Kenya. "Se trata de un sitio seguro donde pueden volver a jugar y aprender, y alejarse de los horrores que han vivido".

Durante las primeras seis semanas del año, más de 300.000 kenianos se vieron obligados a huir de sus hogares. Por lo menos 1.000 de ellos murieron y se duplicó el número de casos de violaciones sexuales. Según cálculos de UNICEF, en los campamentos provisionales que se establecieron en diversos puntos del país viven actualmente 150.000 niños y niñas, y más de la mitad de ellos son menores de cinco años.

La violencia se desató de manera tan súbita que muchas familias debieron alejarse de sus hogares con lo poco que podían cargar. Los niños y niñas desplazados vivieron temporalmente a campo abierto, en parques y plazas, en escuelas e iglesias, y jugaron en parajes polvorientos, rodeados de ancianos que dormían en sus colchonetas o que permanecían sentados, inmóviles, reviviendo los horrores que habían sufrido. Las familias cocinaban sus magras comidas en fogones al aire libre y usaban retretes en condiciones antihigiénicas. Esos son los damnificados a los que UNICEF prestó ayuda.

Para el 18 de febrero de 2008, UNICEF suministraba alimentos nutritivos a un 70% de los refugiados en esos campamentos; garantizaba que más de 15.000 niños y niñas fueran a clases en tiendas de campañas suministradas por el organismo internacional; daba a más de 50.000 personas acceso al agua potable; y entregaba 50.000 conjuntos de artículos y materiales para protegerse de los elementos así como recipientes y utensilios de cocina. "En corto tiempo, y a pesar de los graves obstáculos logísticos, hemos logrado avances significativos", señaló la Sra. Yambi. "Sin embargo, quedan muchos niños y niñas que necesitan nuestra ayuda, y la necesitan de inmediato".

Mientras que Yvonne ha estado muy locuaz desde que regresó a clases, el gesto de temor de su amiga refleja sentimientos muy distintos. "Esa niña fue testigo del desmembramiento y asesinato de su tío por un grupo de jóvenes armados de machetes", explicó una de las maestras de la niña. "Aunque estaba escondida junto a su tía, vio todo lo sucedido". Esa misma maestra se preocupó por visitar a la niña casi todas las noches en el campamento, le ayudó con sus tareas escolares y le dio toda la comida que pudo conseguir. Esos actos de generosidad se repitieron todos los días en todo el país. Pese a que sus vidas están sumidas en el caos, los kenianos no cesan de tender la mano para ayudar a otros.

Como Anna, una niña de nueve años que con un grupo de amigas llamó a las puertas de sus vecinos para pedirles  calcetines que no necesitaran. Calcetines que luego repartió a las niñas alojadas en los campamentos. "Los calcetines les protegen los pies del frío a la noche", explicó. "Ahora quiero conseguirles zapatos". Eso le encantaría a Yvonne. "Algunos de mis amigos no tienen más que la ropa que llevan puesta. No tienen libros, no tienen zapatos", explicó. "Algunos van a la escuela, pero otros no. Lo que quiero es que volvamos a estar todos juntos y seguros en la escuela y la iglesia".